Mad Men: el vacío como protagonista

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Donald Draper toma una copa más y enciende otro cigarrillo en su oficina de la agencia de publicidad que dirige en la Avenida Madison de Nueva York.

El personaje de la serie Mad Men ha conseguido todo lo que desea y aún así está insatisfecho. Aunque en casa le aguardan su hermosa esposa y sus pequeños hijos, a Draper nada le satisface y busca placer en nuevas aventuras que implican sexo, alcohol y drogas, en algunas ocasiones.

Don Draper vive en el vacío. Tal como lo presenta la animación de apertura de la serie: un hombre que cae desde un rascacielos en donde se reflejan rostros y piernas sacadas de anuncios publicitarios.

Su vida fue dura en la infancia: sin conocer a su madre, una prostituta que murió cuando él nació, le tocó vivir unos años con su padre, un hombre recio que murió por la patada de un caballo. Ahí comenzaron las heridas.

Betty, su esposa, sospecha de los deslices de Draper y descubre que las mentiras en su vida tienden a un punto más distante: para salvarse de la guerra de Corea usurpó la identidad de un combatiente y con ella construyó una historia paralela.

Arrinconado, Don le confiesa la verdad a su esposa, quien también había comenzado a distanciarse de su marido, primero al fantasear con un compañero de equitación y luego al sostener un romance con un pretendiente bien posicionado en el gobierno, con quien se casa.

La ruptura es inminente y Draper vive con dolor la separación, que trata de evitar suplicándole a Betty, aunque al final termina evadiéndose con sus nuevos affaires. Para ella, la mentira que rodea a Don es imperdonable y, además, siente que ha dejado de amarle.

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Cada personaje apuesta a que algún particular le haga feliz: la pareja, los romances, el dinero, la familia. La paradoja es que nada los satisface.

Hay una escena breve que pinta muy bien hacia dónde tienden todos: Betty desayuna con sus hijos y la pequeña Sally le pregunta por qué no van a misa todos los domingos como su nana negra, a la que más tarde despedirá.

—Nosotros no necesitamos ir a misa todos los domingos—responderá Betty.

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