La mentalidad post kantiana nos ha hecho pensar que la ética es la justificación de la vida por el cumplimiento del deber. Y ha habido una cierta exégesis de la escritura en donde los mandamientos encajan con esta visión moderna. Cuando se habla del mandamiento del amor, en realidad el Señor pide algo que no puede ser ordenado: el amor debe ser gratuito para que sea amor verdadero. Es decir, el Señor pide en el Evangelio la gratuidad, y eso no puede ser mandado.
En un mundo que quiere que todo tenga un valor y un costo, hablar de gratuidad parece una utopía. Solemos pensar que en el mundo del dios dinero nadie entrega nada sin pensar en la retribución, y mucho menos se piensa la posibilidad de una humanidad que se entregue a los demás movida solo por amor.
Este fin de semana asistí a una Mariápolis en Guadalajara. La Mariápolis es la cita más característica del Movimiento de los Focolares, en donde familias completas se reúnen durante unos días para dar vida a un laboratorio de fraternidad y hacer vida esa invitación a vivir juntos el amor cristiano. Desde la entrada se dice que la única ley es el amor. Eso podría quedar en una bella idea, pero ahí experimentamos que es verdad que podemos vivir y relacionarnos de un modo distinto al individualismo del mundo.
El Movimiento de los Focolares es una agrupación de laicos que busca hacer vida la oración de Jesús: “Padre, que todos sean Uno, como Tú y yo somos uno”. Y como quienes pertenecen al movimiento asumen que es la manera más original y auténtica de crear un mundo nuevo, esta experiencia se repite en numerosos países del mundo, teniendo por línea directriz la “regla de oro”, que nos invita a hacer a los demás lo que quisiéramos que nos hicieran a nosotros.
Quienes participamos queremos vivir lo cotidiano poniendo en la base de toda relación la escucha, la gratuidad y el don. Así la Mariápolis es un bosquejo de sociedad renovada por el amor del Evangelio.
Desde mi propia experiencia, más que una convivencia ha sido un verdadero encuentro personal con Dios en la concreta persona de quienes ahí estuvimos. Chiara Lubich, la fundadora del movimiento solía decir que el amor «para que sea completo, debe ser concreto», y estas ocasiones son la oportunidad para hacerlo vida.
En este laboratorio de un mundo diferente, entre quienes ahí estuvimos no hubo alguna diferencia, desde los niños más pequeños que mostraron sus talentos, los jóvenes con su alegría, los mayores con su experiencia y entrega. Todos, desde el más pequeño hasta el de mayor edad, renovamos este deseo de que el amor sea el motor que transforme nuestra vida y a la humanidad.
Fueron dos nuestra reflexiones. El camino de María, como la figura del Evangelio que vive la entrega completa a la voluntad de Dios, y el documento “Gaudete et exultate” del Papa Francisco, que es una invitación a la santidad, es decir, a que toda nuestra vida se transforme por un amor que no nace de nosotros.
Frente a los conflictos entre naciones, la injusta distribución de las riquezas del mundo, el peligro de destrucción de la naturaleza y los cambios políticos, pareciera que es poco una reunión de ciento cincuenta personas en un fin de semana. Pero ciento cincuenta personas con la determinación de amar pueden transformar silenciosamente nuestra sociedad y son semilla de una humanidad nueva. Esa fuerza será mayor que cualquier guerra o cualquier ideología.