
El reciente rechazo a la legalización del aborto en Argentina abrió nuevamente heridas en las sociedades latinoamericanas y México no es la excepción.
Muy probablemente el tema se pondrá a discusión en el próximo sexenio en nuestro país y, como ocurrió en Argentina, será causa de polarización y división si no tomamos conciencia del nivel de debate que queremos, pero sobre todo de la raíz del problema.
El asunto en sí es complejo por la cantidad de factores que hay que tomar en cuenta y debido a la profundidad con que hay que abordarlos; no obstante, esto es lo que menos se considera cuando la discusión se radicaliza de ambas partes.
Cuando se aborda el problema, lo que a muchos importa es vencer dialécticamente al rival. En el caso de Argentina, la prohibición del aborto ha dejado entre los pro abortistas una sensación de derrota y resentimiento, mientras que quienes apoyan la vida por nacer viven esta resolución como una victoria, aunque saben que este triunfo es relativo, pues el tema podrá ponerse sobre la mesa el próximo año.
El debate sobre el aborto no puede ser planteado como una lucha entre contrarios irreconciliables, como si fuera un partido de futbol o, peor aún, una guerra en donde lo único que cuenta es doblegar al contrario.
Hay que reconocer que entre algunos de los que defienden una postura en favor de la vida muchas veces se pierde de vista el respeto que merece el interlocutor, independientemente de que se le alcance a persuadir o no de determinados argumentos. Y este tipo de posturas hacen un flaco favor a la causa que pregonan.
Es importante reconocer que el otro nunca admitirá una postura sensata si se le riduculiza, exhibe y condena moralmente. Lograr lo contrario es justamente uno de los desafíos que enfrentamos ante este problema, pues no se puede intentar frenar una clase de violencia con otra.
El denominador común del aborto y otros «nuevos derechos», como las uniones entre personas del mismo sexo o la legalización de las drogas, tiene un complejo de factores antropológicos de fondo, además de muchos otros de diversa índole, que urge comprender para evitar que nuestro debate sea estéril: la insatisfacción existencial, que bien puede traducirse como inseguridad o miedo al futuro y al otro.
En la raíz del problema del aborto está el mismo ingrediente de exclusión que vemos ante fenómenos como el rechazo a los migrantes (xenofobia), el racismo, la homofobia, el machismo, el clasismo y las versiones más radicales e inauténticas de feminismo.
El denominador común de todas estas posturas es el rechazo al otro, a un «yo» que no me pertenece y que me desafía con su alteridad, con su individualidad y hasta con las heridas que pudiera haberme causado.
Por ello, la primera actitud que se asume frente al otro-diverso es negarle su consistencia ontológica de persona, lo cual hemos aprendido, por ejemplo, en el proceso de Conquista en México, particularmente en el debate que cuestionaba si los indios tenían alma, que era en el fondo el debate sobre el reconocimiento de otro como un «yo», un ser con las mismas exigencias originarias ante el cual estoy llamado a reconocerle en su individualidad irreductible, especialmente en cuanto a su dignidad y derechos.
En el caso del aborto, el otro (llámese cigoto, embrión, feto o bebé) compromete muchas veces el futuro de una mujer y sus posibilidades de desarrollo profesional y económico, frecuentemente ante circunstancias de abandono o violencia.
Ante el desamparo que viven tantas mujeres, debemos recuperar el hecho de que el otro es un bien, incluso en las situaciones más dramáticas, y que tanto ellas como sus hijos en gestación deben ser ayudados –material y humanamente– a enfrentar el futuro con confianza.
Una concepción así del problema así convoca y provoca a cada integrante de la sociedad —a ti y a mí— a asumir una postura de generosidad y solidaridad ante las mujeres y parejas en dificultades en lugar de una actitud despersonalizada que facilite la muerte de una vida humana en formación.
Eso, necesitamos todos ser más solidarios, y mejor promover leyes que solucionen problemas sociales y económicos que dificultan la maternidad. Hay también muchos bebés que ya nacieron y requieren de sus madres, tiempo y dinero, hasta ahora no piden una ley que permita quitarles la vida porque están en “en casa de la madre o de quien quiera que se haga cargo, quitándoles su tiempo, energía, dinero…” porque no podemos ver que el embrion es ese mismo bebé en desarrollo, así como el bebé es un hombre en desarrollo, para proteger sus vidas de la misma manera. Y que el cuerpo de la madre es también la casa en que vive el niño nacido.
Ayuda y asistencia social para tantos casos difíciles, derecho a vivir siempre
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Coincido con tu postura, Alejandra. Muchas gracias por leernos
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