Spotlight y el amor a la verdad

En 2001 el diario The Boston Globe puso los reflectores en un tema del que no es cómodo hablar para muchos católicos: los abusos sexuales contra niños por parte de sacerdotes. La película Spotlight, que ganó el Oscar en 2016, recreó el proceso de un grupo de periodistas que investigó este problema en Estados Unidos.

El tema vuelve a acaparar los titulares de los medios de comunicación tras la publicación de un informe por parte de la Suprema Corte de Justicia de Pensilvania que señala la responsabilidad de 300 clérigos en el abuso de mil menores de edad en 16 diócesis.

A veces para comprender un problema demasiado grande es mejor verlo en un caso particular para hallar algunas de sus implicaciones, por lo que en este artículo empezaremos por referirnos a la cinta.

La historia trata de un equipo de reporteros del periódico denominado Spotlight que fue creado para desarrollar reportajes de largo aliento. Tras la llegada de Marty Baron, el nuevo editor en jefe, se plantea una nueva encomienda: indagar casos de pederastia por parte de curas locales.

Los periodistas buscaban evidenciar que estos actos, lejos de ser casos aislados, manifiestan una tendencia en el clero. La historia muestra la construcción del reportaje, para el cual se entrevista a abogados y víctimas y se obtienen de documentos judiciales, entre los que hay cartas que detallan los abusos.

La película se presenta en una época en donde ya nada puede mantenerse en secreto por demasiado tiempo. Expuestos, como estamos, al internet y las redes sociales, cada vez es más difícil que no sepamos lo que pasa a nuestro alrededor. Pero este boom informativo apenas comenzaba cuando se inició el reportaje que da pie a la película y era impensable cuando iniciaron los registros de los primeros casos de pederastia en la década de los 80 (o incluso antes), sobre todo cuando había intereses por no dar a conocer lo que pasaba.

Hay una escena que me llamó particularmente la atención. Mark Ruffalo, quien interpreta al reportero Michael Rezendes, platica con Rachel McAdams, quien asume el papel de de la periodista Sacha Pfeiffer. Él dice que de niño se había alejado de la Iglesia, pero que ya de adulto esperaba volver algún día. Tras descubrir los abusos, el personaje de Ruffalo expresa: «algo se ha roto dentro de mí», con lo que da a entender que el retorno a la Iglesia es impensable para él.

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Esta es la experiencia quizá de muchos católicos, quienes seguramente se han alejado de la Iglesia debido a las heridas sufridas precisamente cuando buscaban a Dios o estaban bajo la responsabilidad de sacerdotes. La pederastia no es un tema del pasado, es un tema del presente, del doloroso presente de la Iglesia.

Yo soy católico y a la vez periodista. El tema de la pederastia me distanció en algún momento de la Iglesia y de hecho renegaba de mi identidad religiosa o la compartía tan sólo con algunos muy cercanos. Siento como propia la indignación de las víctimas. Como dicen los personajes de la película: «podría tratarse de nuestros hijos o de nosotros mismos».

Luego de una crisis personal volví a encontrarme con la Iglesia, no con su cara manchada por el pecado, sino con su rostro de misericordia, aspecto que tanto ha destacado actualmente el Papa Francisco.

Pero resulta que soy periodista y el abordaje de este tema fue el inicio de una intensa confrontación entre mis convicciones religiosas, éticas y periodísticas. Quizá para cualquier colega que sea ateo o que no sea católico pienso que sería más sencillo saber cómo proceder ante un tema de esta naturaleza, a veces incluso impulsado por cierta animadversión hacia la Iglesia. ¿Pero cómo debe reaccionar un periodista católico ante una situación así? ¿Debe reaccionar como lo hicieron las autoridades eclesiásticas? ¿Debe huir del tema?

Si evadiera el problema siempre me quedaría un remordimiento de conciencia por haber callado una injusticia, dañando con mi silencio aún más a las víctimas. Por otra parte, si destapara la «cloaca», me dolería enormemente arremeter contra el lugar de donde nacen mis convicciones más profundas. Algo así sería mi dilema.

Para aclarar cómo abordar tema me puse la siguiente hipótesis: supongamos que en un matrimonio se supone que hay una infidelidad y el afectado se siente herido y traicionado. ¿Cuál es la actitud más razonable? Desde luego que buscar la verdad, por dolorosa que esta sea. Justamente eso aplica en el caso de la pederastia: hay que buscar la verdad, ante todo, precisamente porque nada saludable puede construirse desde la mentira.

Por otra parte, la Iglesia enseña que no se le debe tener miedo a la verdad. ¡Cristo mismo se ha identificado con la verdad! Esto es claro también, por ejemplo, en la filosofía, donde auténticos genios han meditado sobre tantos aspectos metafísicos y no los han desligado de la fe. Es más, muchos de los santos reconocen un principio escandalosamente verdadero: ser pecadores, lo cual queda asentado con bastante contundencia en las Confesiones de San Agustín, por ejemplo.

En niveles más prácticos debería ser más sencillo reconocer la verdad, o, en este caso, mirar el mal a la cara. Pero no ha sido así. Por ello, es un bien para la Iglesia y para la sociedad en general que se esclarezcan los abusos. Lo digo como cristiano y como periodista.

Tras su visita a México, el Papa Francisco abordó el tema de la pederastia y señaló como una inconsciencia el que algunos obispos, al detectar los abusos, cambien al sacerdote de parroquia en lugar de tomar una acción decidida. El Papa dijo que estos obispos deberían presentar su renuncia.

Hoy la pederastia clerical es un tema visible. Las víctimas merecen que la violencia que han sufrido no sea minimizaba ni escondida. Los curas que han cometido estos delitos desde luego que deben cumplir una pena y los obispos que los solapen deberían renunciar, como lo ha dicho el Papa.

Aún queda por saber cuál es la magnitud del daño, por ejemplo en México. En pasillos de instituciones católicas hay rumores que más que ayudar, perjudican. Es importante, también aquí, saber la verdad.

Cabe hacer una última pregunta. Este doloroso problema, ¿por qué ha ocurrido? Las respuestas que se han dado son muchas y entre ellas está el debate de si se debería dar a los sacerdotes la posibilidad de casarse.

Considero, retomando palabras de T. S. Eliot en «Los coros de la Piedra», que esto ha sucedido porque un sector de la Iglesia (entendida como fieles y pastores y no como un grupo de poder) se ha alejado de Cristo, dejando que otras cosas ocupen su lugar. Sí, la humanidad se ha alejado de la Iglesia, pero la Iglesia se ha alejado también de la humanidad al alejarse de Cristo.

Post scriptum. El Vaticano publicó una carta en donde manifiesta su postura sobre el caso Pensilvania:

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