Arquitectura sacra en Morelos, a un año del 19S

Por Sorel Camus

COMO ES ARRIBA, ES ABAJO

Morelos, un Estado pequeño y joven; pero rico en patrimonio cultural, un lugar donde el sincretismo entre las artes indígenas y europeas dieron origen a una arquitectura nunca vista, de características únicas y de significados nuevos.

Históricamente Morelos tuvo la influencia de tres ordenes mendicantes (Franciscanos, Dominicos y Agustinos), cada una de ellas con su particular estilo para predicar, evangelizar, construir y decorar. Estas ordenes edificaron templos y conventos a lo largo del Estado, tomando como inspiración obras que conocieron en Europa antes de asentarse y arribar a América.

Es decir, la primera arquitectura “morelense” se realizó con manos y técnicas indígenas, pero basada en modelos europeos.

«Podemos vivir sin arquitectura y practicar el culto sin ella;
pero no podemos recordar sin su ayuda.»
– John Ruskin

En 1994 debido a sus virtudes de calidad artística, arquitectónica y originalidad; la UNESCO reconoce 11 edificios conventuales del siglo XVI como Patrimonio Cultural de la Humanidad, se les denomina “los primeros monasterios en las faldas del volcán Popocatépetl”. Con este nombramiento nace uno de los proyectos turísticos, culturales y religiosos más ambiciosos, “La Ruta de los Conventos”, un noble esfuerzo por compartir la belleza y la historia de Morelos a través de la contemplación de sus edificaciones religiosas más importantes.

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Derecha: Exconvento Agustino de San Mateo Atlatlauhcan.
Izquierda: Exconvento de Santo Domingo de Guzmán.

SÓLO ALGO MUERTO PUEDE RESUCITAR

El 19 de septiembre de 2017 un terremoto de 7.1 en escala Richter impacto la zona centro de México, dejando cuantiosos daños humanos y materiales. El Estado de Morelos fue el segundo de mayor afectación. Los daños físicos en su mayoría se presentaron en edificaciones patrimoniales. 320 edificios dedicados al culto católico (incluyendo los 11 de la Ruta de los Conventos) se declararon con daños críticos y fueron inhabilitados para ocupación y uso.

El culto no sé detuvo ni un día. Las explanadas y capillas abiertas se habilitaron de inmediato; en un giro inesperado, Morelos se encontraba orando a cielo abierto como en los tiempos de la evangelización, ya no divididos por Ordenes Monásticas, sino unidos por una fe que parecía ser lo único que impedía que los templos se derrumbasen.
Ante la magnitud de la catástrofe, el INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) se declaró “rebasado” por lo que la propia Secretaría de Cultura tuvo que hacerse cargo de los trabajos de rehabilitación y reconstrucción.

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A un año de la tragedia, sólo 30% de los inmuebles afectados han sido parcialmente restaurados, se espera lograr una reconstrucción total a finales de 2020. En este lapso una promesa se ha enfatizado por encima de cualquier otra: “Ningún inmueble será demolido”.

¿Porqué algo de suma importancia para el Estado parece no avanzar?, ¿Es por falta de recursos?, ¿es una mala gestión?, ¿será que simplemente a nadie le importa? Ninguno de estos cuestionamientos se acerca a la realidad; la realidad (como usualmente acostumbra a comportarse) es mucho más compleja.

Hablamos de edificios del siglo XVI con un marco contextual, estético y técnico increíblemente complejo de rehabilitar y que en la mayoría de los casos quedan a mano de ingenieros y arquitectos ajenos a los criterios de conservación o sin la suficiente experiencia para realizar una restauración apropiada.

«Los arquitectos lo saben todo sobre el estilo romántico,
excepto como construirlo.»
– G.K. Chesterton

Parece que nos encontramos con un dilema, por un lado tenemos un problema que no admite soluciones incompletas y por otro lado no acepta demoliciones totales.
¿Será correcto encasillarnos en restaurar algo que se ha perdido?

Imaginemos que una pintura sumamente importante para la historia del Arte, como podría serlo La Noche Estrellada de Van Gogh, sufre un destino catastrófico en un incendio, quedando únicamente cenizas ¿Qué sería lo correcto?; ¿Aceptar que se ha perdido?, ¿Intentar reconstruirla por imposible que pareciera?, ¿Crear una obra nueva a partir de las cenizas?

No tengo la respuesta definitiva a mis propios cuestionamientos, pero de algo estoy seguro, no importa si esas cenizas se restauran milagrosamente, el resultado nunca será lo que fue en un inicio, ninguna restauración recuperará aquello que se marchitó, sólo dará la ilusión de que lo hizo.

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Derecha: Restauración de Catedral de Cuernavaca, notorio el uso de materiales y texturas ajenos a la fachada original, agosto 2018

Izquierda: Estado de Catedral de Cuernavaca previo al 19S.

DEL CAOS AL ORDEN Y DEL ORDEN AL CAOS

Hablar de restauración es hablar de las espinas en las rosas. Usualmente nos encontramos con malas intervenciones, malas gestiones, restauradores con conocimientos artísticos pobres (o nulos) con apreciaciones sumamente reduccionistas.
A pesar de todos estos males, nuestra conciencia intervencionista permanece en un estado romántico, buscando preservar aquellos valores, visiones e ideas del pasado que consideramos casi utópicas como si nos encontráramos en pleno apogeo artístico del siglo XX.

Nos aferramos a conservar un edificio en el tiempo creyendo que es la única forma de preservar su belleza. Decía John Ruskin en su libro “Las Siete Lámparas de la Arquitectura”, que el valor más auténtico de un edificio no estaba en la riqueza de sus materiales ni en la belleza de su forma, sino en su historia. Para Ruskin un edificio es un ser vivo, con un único ciclo que va desde su nacimiento hasta su inevitable muerte. Para él, un monumento requería un respeto absoluto, casi religioso; es decir opta por la no intervención.

Según sus criterios, la obra de arte es una creación que debe disfrutarse, de contemplarse, pero no tenemos derecho a tocarla. Un edificio sólo es válido en su forma originaria y por consiguiente cualquier intervención dañaría su esencia. Una obra eventualmente morirá y lo más inteligente es aceptarlo así. Ruskin abogaba por la conservación (protección contra factores ambientales principalmente), pero sin trasladar, extraer o modificar el contexto original de una obra.

Incluso en las ruinas hay belleza y dignidad. Un monumento en ruinas se acerca más a su naturaleza que uno restaurado.

«Un monumento restaurado adquiere algo de la personalidad de su restaurador, tanto que a veces llega a olvidar su realidad original.»
– José Gudiol

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La polémica restauración del Castillo de Matrera en Villamartín, Cádiz.

Como sociedad tenemos un fuerte deseo comunitario de compartir con las generaciones futuras un poco de la belleza de nuestro pasado y de nuestro presente. Buscamos combatir el deterioro y la inevitable destrucción de nuestras creaciones, pues en nuestros edificios vemos reflejado una parte de nuestro ser, de nuestra identidad.
La restauración de un edificio tiene connotaciones estéticas, sentimentales, documentales y por supuesto políticas. Este último parte de un contexto nacionalista, por el cual una restauración busca recuperar elementos socioculturales significativos de la idiosincrasia de un pueblo o país.

LA BELLEZA PERECE EN LA VIDA, PERO ES INMORTAL EN EL ARTE

Tenemos dos caminos a seguir que son mutuamente excluyentes. Uno es evitar la desaparición de estos edificios, buscar su restauración y encontrar (nuevamente) la belleza en algo ya construido; pero arriesgándonos a la perdida de la esencia original, o siendo pesimistas, a una restauración fallida.

El segundo camino, es mucho más controvertido y no menos arriesgado que el primero. Es aceptar que la belleza material eventualmente se desvanecerá, como decía Ruskin darle una “muerte digna” a una edificación. Este camino nos da la oportunidad de crear una arquitectura nunca vista, de características únicas y de significados nuevos al igual que lo hicieron los primeros evangelizadores.

Tal vez enfocarnos en el pasado nos ha retenido a admirar nuevas oportunidades. Debemos perder el miedo a confrontar el pasado y el futuro en un solo lugar.
Un ejemplo de éxito es el Presbiterio externo que se construyó para el centenario de las apariciones de la virgen de Fátima en Portugal. Una arquitectura nueva e increíblemente bien diseñada y construida respetando el contexto del templo original.

 

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