Unos campesinos llegaron a pedir ayuda a la asamblea de la Escuela de Economía. Dijeron que eran de un pueblo llamado Topilejo, allá por la salida a Cuernavaca. Contaron que se había volcado un autobús de la ruta Xochimilco-Topilejo, que se habían muerto 24 personas y que había otros 20 heridos. Venían por el apoyo de los estudiantes. Porque esos accidentes eran frecuentes: los autobuses de transporte público eran viejos y los caminos daban pena de lo mal que estaban. Era el 3 de septiembre de 1968.
“No somos los únicos que salen a la calle a pedir solidaridad”, pensó Josefina Alcázar, “ellos nos necesitan a nosotros tanto como nosotros a ellos”. En cuestión de horas el Movimiento Estudiantil se volcó a Topilejo. Los estudiantes de ingeniería fueron a trazar caminos; los de Medicina, a atender las diarreas recurrentes de los niños; los de Economía formaron la brigada Avante y se instalaron en el pueblo. Las familias les prestaron dos casas, que llamaron Villa Flores Magón y Quinta Rosa Luxemburgo.
Los vecinos de Topilejo tenían demandas concretas: indemnización para las víctimas, renovación de autobuses y reparación de las carreteras. Los estudiantes los animaron a formar un Comité de Lucha pero fueron respetuosos de sus decisiones y de su proceso. Pronto, el entonces Jefe del Departamento del Distrito Federal, el general Alfonso Corona del Rosal, acusó a los de Topilejo de estar infiltrados por comunistas. Ninguna de esas acusaciones arredró a los de Topilejo ni a los estudiantes. En castigo, los transportistas dejaron de dar servicio mientras transcurrían las negociaciones, y los estudiantes tomaron unos 30 autobuses, varios de ellos de la UNAM, para dar el servicio de transporte público: muchachos de 18 o 20 años conducían vehículos de la universidad con campesinos que llevaban calabaza, amaranto, maíz o frijol a vender a Xochimilco.
El ejército empezó a hostigar al pueblo: hacían redadas nocturnas, irrumpían en las casas y revisaban hasta debajo de las camas en busca de los conspiradores soviéticos que sólo existían en el discurso de los políticos. Para evitar las incursiones del ejército, los de Topilejo levantaron barricadas en los accesos a su pueblo. Como ya no se podía entrar ni salir en vehículos, los estudiantes iban a Topilejo a ayudar a cargar los costales de verduras y elotes desde las parcelas hasta las calles donde podían abordar un autobús para llevar la mercancía a vender.
En Topilejo se hicieron obras de teatro, conciertos, círculos de estudio. El 15 de septiembre, mientras el profesor Heberto Castillo daba el Grito en la explanada de la rectoría, en Topilejo hacía lo mismo José del Rivero, estudiante de la Escuela Nacional de Economía. Algunos brigadistas plantearon crear “uno, dos, tres Topilejos” tal como a nivel mundial se planteaba hacer “uno, dos, tres Vietnams” como enclaves de resistencia al imperialismo. Apareció una pinta que se hizo famosa: “Topilejo, territorio libre de América”. Mientras eso ocurría, las negociaciones seguían su curso. El 17 de septiembre el pueblo ganó una indemnización de 25 mil pesos para la familia de cada muerto, renovación de los autobuses y al poco tiempo se construyó un nuevo camino y se celebró una asamblea de los pueblos del sur. Después del 2 de octubre algunos estudiantes se refugiaron en Topilejo, y dos años después, en 1970, seguían yendo brigadas a acompañar a los campesinos, a hacer toquines de jaraneros y lecturas de poesía. Si el Movimiento Estudiantil fue derrotado en Tlatelolco, en Topilejo tuvo una victoria rotunda mientras acompañaba a un pueblo en su camino hacia la dignidad y la resistencia.

temor a la verdad!”
Hoja impresa. Cartel. 35 x 24 cm.
Archivo Ana Ortíz Angulo / http://www.ahunam.unam.mx