Mons. Romero, Pablo VI y el espíritu de pobreza

En 1979, el 14 de octubre también fue Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, del ciclo B, como este año. El santo obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero se refirió entonces, hablando de las lecturas de hoy, al Papa Pablo VI, que es canonizado con él:

«Yo recuerdo, y ayer la leía con mucho gusto, la primera encíclica del Papa Pablo VI cuando hablando de la renovación del mundo señala dos virtudes urgentes: primero, espíritu de pobreza, y, después, la caridad, el amor. Son las dos grandes fallas de nuestro tiempo».

Y cuando habla del espíritu de pobreza, dice: «¿por qué lo menciono?, porque está tan proclamado en el Santo Evangelio, está tan entrañado en el designio de nuestro destino al Reino de Dios, se ve tan en peligro por la valoración de los bienes en la mentalidad moderna, que es tan necesario para hacernos comprender tantas debilidades y ruinas nuestras en el tiempo, y para hacernos, también, comprender cuál deba ser nuestro tenor de vida y cuál el método mejor para anunciar a las almas la religión de Cristo». Este desprendimiento nos da la verdadera libertad.

En ese mismo texto, el Papa dice por qué el espíritu de pobreza es la verdadera liberación del hombre: «La liberación interior producida por el espíritu de pobreza evangélica nos hace más sensibles y más idóneos ya para comprender los fenómenos humanos vinculados a los factores económicos».

Nadie puede encontrar la relación que existe entre las desgracias actuales de El Salvador y esta avaricia de las clases poderosas, como el que tiene espíritu de pobreza. El que no tiene espíritu de pobreza no tiene ojos limpios para mirar que el desprendimiento concede una gran libertad y una gran sensibilidad para los grandes problemas económicos y sociales de El Salvador.

«También para dar a la riqueza y al progreso el justo y, con frecuencia, severo aprecio que le conviene».

«El progreso, la riqueza, tiene que ser juzgado por el criterio cristiano y no siempre tiene que ser el criterio absoluto como si todo fuera el progreso. Progreso que deja a tantos en la miseria mientras unos pocos son los que lo disfrutan.

«Para dar a la indigencia el interés más solícito y generoso y, también, para desear que los bienes económicos no sean fuente de luchas, de egoísmos, de orgullo entre los hombres, sino que estén orientados por vías de justicia, de equidad al bien común y, por lo mismo, más abundantemente distribuidos».

Si el gran origen de nuestros males es la injusticia social, sólo el espíritu de pobreza y de desprendimiento nos puede volver a hacer felices. Por eso Cristo inculca hoy tanto ese espíritu de desprendimiento y de pobreza.

Cuando el último acontecimiento eclesial grandioso de nuestra América, la reunión de Puebla, señala también un camino para encontrar la felicidad de nuestro pueblo, dice con esta palabra de preferencia: «opción preferencial por los pobres». No quiere decir que hay que despreciar a los ricos y solamente interesarse por los pobres.

Ya he repetido la fórmula de Puebla, que me parece maravillosa; es una invitación a todas las clases sociales, ricos y pobres, a interesarnos como causa propia por el pobre que se identifica con Cristo: «Todo lo que hagas a él a mí lo haces».

¿Cuándo llegará ese día, hermanos, en que de veras nos convirtamos, como Cristo le dice al joven?: «No basta que cumplas los mandamientos, es necesario espíritu de pobreza y de desprendimiento».

Yo les invito a que, así como la palabra de Dios que hoy penetra como espada hasta lo profundo de cada corazón, así analicemos nuestro apego a las cosas de la tierra, muchas o pocas, no importa; el apego es una actitud personal que hace desgraciado al hombre que vive apegado, aunque sea a una miseria de la tierra.

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