El problema de mal es uno de esos temas que, en todas las épocas, hace que los seres humanos nos sumamos en la perplejidad y desate en nuestro interior preguntas que no siempre logramos responder, tanto que nosotros mismos podemos convertirnos en una pregunta andante, como expresó alguna vez San Agustín (Mihi cuaestio factus sum).
El mal es un tema que no solamente interesa intelectualmente, sino que es un asunto existencial, pues tarde o temprano nos toca vivirlo en carne propia o lo vemos acontecer en personas cercanas, lo que nos causa muchas veces un profundo dolor. Yo recuerdo por ejemplo, la aflicción que sentí cuando mi primer hijo enfermó de rotavirus y enflacó a una velocidad impresionante que pensé que lo perdería.
Y es justamente el dolor otra vivencia que suele venir aparejada al mal y frente al cual lo que urge no es contar con una definición, sino saber vivir este trance. Así, pues, tanto el problema del mal como el del dolor son experiencias antes que conceptos sobre los cuales elucubrar y, por tanto, lo que interesa es saber afrontarlos.
Pero lo paradójico del asunto es que el mal y el dolor no se pueden encarar sin hacer uso de la razón, es decir, sin abordarlos con el entendimiento. O sea, somos continuamente desafiados a ensanchar nuestra razón a partir de las expreiencias que nos toca vivir.
Por ello, tratando de usar la «mollera» en el problema del mal y del dolor, algo que conviene reconocer es que ante este tipo de experiencias solemos retraernos, llenándonos muchas veces de resentimiento, con lo que podemos causar males mayores y más dolor. Podemos convertirnos en una especia de animal herido que se mete en una cueva a lamer la herida y está presto a enseñar la dentadura completa a la menor provocación.
¿Y qué nos puede ayudar a salir de nuevo al mundo cuando nos han lastimado? ¿Qué nos ayuda a vivir el dolor ante lo que hemos perdido? Si bien hay que reconocer que el proceso del dolor implica un duelo, sin duda una amistad honesta es el mejor bálsamo para las heridas y el camino para reconstruir algo de lo que el mal se ha llevado. Y frente al deseo más hondo, que se rebela frente a la caducidad de todas las cosas, está la promesa que Jesús le hizo a Marta cuando ella le reprochó no llegar a tiempo para salvar a su hermano Lázaro que había muerto: «el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá».
LAS MEDITACIONES DE TESEO
T. S. Eliot, ese gran poeta británico-estadounidense, tiene algo que decir sobre el problema del mal. Y sobre la Iglesia:
La formula del mal es, en efecto, el antihedonismo, la emotividad negativa, el pensamiento irracional, y la confusión axiologica que se han incrustado parcial o totalmente en nuestras personas mismas.La formula del bien es, en cambio, el panhedonismo, la emotividad positiva, el pensamiento racional, y la lucidez axiologica que estamos encarnando en nuestros corazones mismos en nuestro vivir cotidiano en este maravilloso lugar.
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