El domingo pasado unos 500 migrantes hondureños fueron recibidos por el Instituto Nacional de Migración y personal de Sanidad del Ejército mexicano en una parroquia católica en Puebla. Habían preparado una carpa amplia con catres y una unidad móvil de salud.
Fueron recibidos de manera muy amable mientras se levantaba un registro y se distribuían los catres. De parte de la parroquia se ofreció ropa limpia, material de limpieza, toallas sanitarias, pañales, jabón y se habilitó un comedor donde se ofrecía comida caliente y agua, entre otras cosas.
Pensé en el mensaje reciente del presidente Enrique Peña Nieto para recibirlos en México: favorecer su travesía, respetar sus derechos humanos. La presidencia de Peña Nieto me ha parecido muy mala debido a la corrupción galopante, la impunidad y el aumento de la violencia, pero este mensaje de recepción y acogida no puede dejar de ser reconocido como un acierto. Pude apreciar que las instituciones del Estado mexicano no hostilizaron a los migrantes.
La mayoría de hondureños que llegaron a esta parroquia eran varones, muchos de ellos jóvenes, pero había familias enteras y un número considerable de mujeres, niños y adolescentes, ¡algunos viajando solos! Observé enfermos, quienes se notaban abatidos, esperando una consulta.
La Arquidiócesis de Puebla se manifestó públicamente en favor de los migrantes y dispuso algunos sitios en parroquias para recibirlos. No son escenas bonitas, pues se nota el cansancio de las personas y la incertidumbre en sus rostros. Conmueve, sin embargo, la alegría de los niños al encontrar un juguete y preguntar si se lo podían quedar. Era como si por un momento desapareciera la dura situación en la que ellos mismos se encuentran.
El párroco no aprovechó la homilía para hacer un discurso «social o político». Sólo comentó el evangelio del día. que trataba sobre el mayor de los mandamientos: amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo. Para todos era evidente en ese momento quién era el prójimo.
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