La alegría como respuesta ante un cambio de época

En México definitivamente se cierra un ciclo. El PRI, el partido hegemónico durante la mayor parte del siglo XX y parte del arranque del XXI fue derrotado por un movimiento social que se consolidó en un partido político: Morena.

Su líder Andrés Manuel López Obrador asume la presidencia en un país sumamente polarizado y con problemas profundos de toda índole, siendo la violencia, la corrupción y la pobreza algunos de los más apremiantes.

Desde que la llamada Cuarta Transformación comenzó a tomar forma, denuncié a través de mis artículos, en el trato con la gente que conozco y por medio de las redes sociales muchas de sus prácticas que me parecen contradictorias y riesgosas para resolver los problemas antes referidos. Pero con el tiempo he visto que nada de esto incide de verdad si el modo en el que me muevo en la realidad no cautiva al que tengo al lado. Al contrario, un exceso de “análisis” y de “crítica” ha ocasionado que algunas personas que aprecio se distancien.

Este me parece que es el primer riesgo que tenemos que atajar de cara al nuevo contexto que se nos plantea: debemos cuidar la unidad de nuestros vínculos más cercanos, empezando con nuestra familia y amigos. Cuando entrevisté a la periodista italo-venezolana Marinellys Tremamunno sobre la circunstancia sociopolítica que se vive en Venezuela, uno de los aspectos que más me llamó la atención fue que la sociedad se radicalizó tras los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro y mucha gente que era amiga acabó enemistada. Es cierto que el contexto político nos la puede poner muy difícil, pero también hay que reconocer que mucha de esta polarización podemos evitarla apelando a la prudencia.

Por otra parte, en estos días se percibe en mi entorno un cierto nerviosismo, cuando no una acrecentada incertidumbre, respecto del futuro debido a los signos que hemos visto en más de un personaje de la nueva clase política. Otros, en cambio, fincan sus esperanzas en que este nuevo gobierno cambie positivamente el panorama en el país.

Ambas posturas tienen algo de rescatable, pero también nos llaman a la prudencia. No todo está perdido y no todo podrá ser redimido por una nueva clase política. Y es justamente esta conciencia la que quiero enfatizar. En cada circunstancia, por muy mala que nos parezca, siempre puede haber resquicios para colaborar con el bien común, para ofrecer nuestra contribución a la paz y a la justicia. De hecho, el cristianismo es revolucionario precisamente porque, esencialmente, no aspira a ocupar posiciones de poder para cambiar al hombre “desde arriba”, y con ello el mundo, sino que apuesta por la persona concreta que somos cada uno, justamente en la circunstancia en que vivimos, y desde allí nos anima a hacer el bien. No hallo una postura más sensata que ésta para resolver muchos de nuestros males nacionales.

Para bien o para mal, el cambio de régimen llegó y tendremos que enfrentarlo todos, hayamos votado por López Obrador o no. Y si bien es cierto que el riesgo del autoritarismo ronda, también es cierto que nuestro ánimo no puede depender exclusivamente de una figura presidencial. Tendremos que estar atentos, ser claros en los aspectos que consideremos perniciosos para el bienestar de nuestro país e incluso ejercer la razón de un modo auténtico, pero sobre todo deberemos ofrecer el testimonio de una vida alegre que está prendada de la Belleza. La alegría tiene que ser el aspecto más subversivo de nuestra personalidad.

LAS MEDITACIONES DE TESEO

Heinrich Heine, pensando sobre Nabucodonosor II, decía: “se tuvo a sí mismo por Dios, pero cayó lamentablemente de la altura de su arrogancia, se arrastró por el suelo como un animal y comió hierba”. Lo podemos pensar por «ya saben quién», pero sobre todo hay que pensarlo por nosotros mismos.

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