¿Restauración o transformación?

Los discursos recientes del Presidente López Obrador, repletos de referencias históricas, permiten dos interpretaciones distintas. 

Desde cierta lectura, el lopezobradorismo es el intento más reciente de efectuar una restauración cardenista.

“La cuestionada derrota electoral del Ing. Cárdenas abrió, de nuevo, dos posibilidades: o bien lanzarse a la lucha armada o aceptar el resultado y apostar por la creación —lenta, penosa, a ras de suelo— de una oposición pacífica que apostara por un futuro triunfo electoral. Cárdenas Solórzano se inclina por la segunda opción”.

Desde esta perspectiva, cuando el PRM se inclinó en 1939 por la candidatura presidencial del Gral. Ávila Camacho, se dio una especie de golpe interno dentro del sistema político, que detuvo el proceso revolucionario que había despegado con la llegada del gobierno del Gral. Cárdenas en 1934 y se había extendido, por lo menos, hasta la expropiación petrolera de 1938.

La derrota del proyecto cardenista no fue total. Los gobiernos posteriores preservaron la mayoría de los logros obtenidos: se mantuvo el ejido, continuó el proceso de expropiaciones, se expandió la educación rural, se impulsó el proyecto indigenista, el partido oficial siguió cobijando a las poderosas centrales obreras y campesinas, se preservó la economía mixta, se mantuvo la separación estricta entre la Iglesia y el Estado, etcétera.

Sin embargo, con el paso de los sexenios el gobierno se fue alejando gradualmente del formato cardenista; en las palabras de los críticos de izquierda de aquel entonces, se fue “aburguesando”.

El primer intento de restaurar el cardenismo por la vía electoral fue la campaña del Gral. Henríquez Guzmán en 1952. La derrota del candidato convenció a los cardenistas —los viejos y los nuevos— que había que cambiar es la estrategia. Fue así que se formaron dos grupos, los que pretendieron cambiar el sistema desde dentro, los reformistas, y los que insistieron en la formación de fuerzas políticas opositoras que, cuando fuera el momento, pudieran competir electoralmente con el PRI.

El sexenio echeverrista (1970-1976) pareció darle la razón a los reformistas, pero sus esperanzas duraron poco. La crisis del final del gobierno de López Portillo (1976-1982) abrió la puerta a un grupo político que impulsó un nuevo modelo económico, que acabó con los remanentes del modelo cardenista.

El reformismo cardenista quedó nulificado como opción política. Es entonces que se crea el Frente Democrático Nacional que lanza la candidatura del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas en 1988.

Entrega de bastón de mando. Foto: Presidencia de México.

La cuestionada derrota electoral del Ing. Cárdenas abrió, de nuevo, dos posibilidades: o bien lanzarse a la lucha armada o aceptar el resultado y apostar por la creación —lenta, penosa, a ras de suelo— de una oposición pacífica que apostara por un futuro triunfo electoral. Cárdenas Solórzano se inclina por la segunda opción.

Desde esta lectura, la figura política del Presidente López Obrador y la existencia de Morena, no serían sino la culminación del proceso político que dio inicio en 1988.

Para usar una analogía histórica —que no gustará pero que, desde este punto de vista, no resulta desproporcionada— el Ing. Cárdenas sería el Hidalgo del actual movimiento de restauración cardenista y el Presidente López Obrador sería el Iturbide de esa larga lucha. Dicho en otras palabras: López Obrador consumó lo que comenzó Cárdenas Solórzano. La promesa que tendría que cumplir el Presidente es la de hacer realidad el proyecto que se planteó en 1988, a saber, recuperar la vía perdida de la Revolución mexicana.

Hasta aquí con la lectura restauracionista. Pero hay otra lectura transformacionista, que se funda en una interpretación muy diferente de la historia reciente de México.

De acuerdo con esta versión, la transformación es algo totalmente nuevo. No es una vuelta al pasado, no es, por lo mismo, un intento de restaurar el ideario cardenista, el del socialismo nacionalista.

“El gobierno del Lic. López Obrador podrá recuperar algunas de las políticas de los gobiernos anteriores al de Miguel de la Madrid, pero eso no significa que se quiera regresar las manecillas del reloj. Se trata, únicamente, de retomar algunas cosas valiosas. Pero no está ahí el meollo de la transformación democrática”.

La transformación es un parteaguas en la historia de México, porque no es un mero cambio político o económico o incluso ideológico. Se trata de una transformación más honda. Llamémosla moral o incluso existencial.

El gobierno del Lic. López Obrador podrá recuperar algunas de las políticas de los gobiernos anteriores al de Miguel de la Madrid, pero eso no significa que se quiera regresar las manecillas del reloj. Se trata, únicamente, de retomar algunas cosas valiosas. Pero no está ahí el meollo de la transformación democrática.

Desde esta lectura de la historia, México construirá su futuro mirando de frente, por medio de resoluciones tomadas en el día a día, de acuerdo con los problemas que se presenten en cada momento. La pregunta que me parece más urgente, en esta coyuntura, es la de quién tomará esas decisiones: el líder carismático o el pueblo organizado.

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