Guadalupe / 12 diciembre 18

Guadalupe

El lugar de su aparición ([de la Virgen india] ante el indio Juan Diego) es una colina que fue antes santuario dedicado a Tonantzin, «nuestra madre», diosa de la fertilidad entre los aztecas… las deidades indias [femeninas] eran diosas de fecundidad, ligadas a los ritmos cósmicos, los procesos de vegetación y los ritos agrarios. La Virgen católica es también una Madre (Guadalupe-Tonantzin la llaman aún algunos peregrinos indios) pero su atributo principal no es velar por la fertilidad de la tierra sino ser el refugio de los desamparados. La situación ha cambiado: no se trata ya de asegurar las cosechas sino de encontrar un regazo. La Virgen es el consuelo de los pobres, el escudo de los débiles, el amparo de los oprimidos. En suma, es la Madre de los huérfanos. Todos los hombres nacimos desheredados y nuestra condición verdadera es la orfandad, pero esto es particularmente cierto para los indios y los pobres de México. El culto a la Virgen no sólo refleja la condición general de los hombres sino una situación histórica concreta, tanto en lo espiritual como en lo material”.[1]

 

  • La Guadalupana en las calles

Desde ya hace varios días en mi colonia –en las colonias de México– corren las procesiones con la Virgen de Guadalupe, se rezan rosarios en casas y templos, las capillas preparadas en las calles lucen flores, y gentes llegan en montones a los santuarios guadalupanos.

Entre la algarabía, el agradecimiento y el dolor de las rodillas sangrantes (ejemplificación exterior de tristezas que tiene el alma), acudimos a la Guadalupana. Todos, porque “todos los hombres nacimos desheredados y nuestra condición verdadera es la orfandad –afirma Paz–… y la Virgen es la madre de los huérfanos… refugio de los desamparados”.

Ya se oyen los cuetes junto con las AveMarías –son las vísperas del 12 de diciembre–. La calle ha sido vestida con banderillas de verde-blanco-y-rojo de lado a lado y escapa de las casas el olor de los tamales y el champurrado (también yo pienso todo esto y me encomiendo a La Madre mientras mi esposa está siendo intervenida en el quirófano). Los vecinos que a veces no se hablan se congregan en su calle donde algún sacerdote o seminarista llega a decir la Santa Misa o la rezandera dirigirá el Rosario. Al otro lado del altar preparado para esa proviosionalidad, cruzando la calle, están los músicos listos para cantar la Guadalupana en todas sus estrofas y seguir con el baile y la fiesta, apenas termine la Misa.

El doce de diciembre no sólo no puede pasar desapercibido: precisamos de él para entender México. Este día condensa mucho de lo que México es.

La semana pasada pasé por la UNAM y vi la Guadalupana en un altar; anteayer en un nicho de mercado; hoy en la defensa de un camión de basura… Está en la academia, el gobierno, la calle, el folklor y el canto; ni qué decir en hospitales y cárceles, los micros y la calle, peregrinos y migrantes.

Guadalupe es un símbolo ineludible, sociológicamente verificable. Como dice Paz, “cada uno de nosotros —ateos, católicos o indiferentes— poseemos nuestro Santo”.[2]

Pero más allá de este hecho –que puede ser reducido a términos sociológicos–, Guadalupe es una Presencia. Para los no creyentes habría de decir que para los creyentes se vive como una verdadera presencia, no sólo como mito o símbolo.

 

  • El símbolo de Guadalupe

¡Cuántas lecturas hay de la Guadalupana!

Es definitivamente un símbolo,[3] algo ineliminable del alma del mexicano.

Ese símbolo tiene naturaleza de restitución e interpretación: el símbolo ayuda a religar con el origen (lo que en última instancia indica lo que somos) y al mismo tiempo se ejerce dentro de la cosmovisión propia.

¿Qué origen tiene ese símbolo?

Se remonta no a un mito ubicado  in ille tempore,[4] (como lo es, por ejemplo, el Popol Vuh, que refiere a otro símbolo mexicano: el del maíz) sino a un momento preciso en el año de 1531. Es por tanto un símbolo fundante de la historia del actual México que hace posible la conciliación de –como le llama el poeta– la Chingada y la Virgen en el pueblo.[5]

Brading, escéptico al carácter verídico del acontecimiento guadalupano, afirma en efecto que “la cristiandad americana se origino no a partir esfuerzos de los misioneros españoles por admirables que estos fueran, sino gracias a la intervención directa y al patrocinio de la Madre de Dios. El que hubiera elegido a un indio como testigo de su aparición magnificó su calidad nativa y americana. Tanto criollos como indígenas se unieron en la veneración de la Guadalupana”.[6]

La fuerza del símbolo la encontramos en la vida y la historia. Guadalupe aparece y reconcilia, pero reaparece de constante en todos los otros grandes momentos de la historia del pueblo: estandarte en la Independencia, en la primera Constitución Política del país, en la guerra cristera… y la vemos junto al pueblo en la defensa de la soberanía nacional, entre las adelitas de la Revolución Mexicana, en los migrantes del campo a la ciudad y de México al extranjero. Constantemente, como símbolo supremo –más que el águila y el cóndor– de la raza cósmica (porque igual que representa al indio, es la Virgen mestiza).

Como símbolo, necesitamos aprender mucho aún de La Guadalupana.

 

  • Guadalupe como una relación

Pero Guadalupe se vive en el alma de los mexicanos no sólo como un símbolo, sino como una relación.

Guadalupe como referencia cultural; Guadalupe como símbolo en lo cotidiano; Guadalupe como amuleto de buena suerte; Guadalupe como continuidad –tradición– cultural (“así me lo inculcaron mis padres”, se puede oír decir), como rito; o Guadalupe como relación personal.

Hay de todo. A mí me conmueve el acontecimiento guadalupano en su mensaje propio:

  • Un lenguaje claro, comprensible para los distintos hasta el mestizaje (¡cuántos tratados de pedagogía!). ¿Qué mejor imagen para un diálogo real se puede encontrar?; una conciliación en que cabe el indio, el blanco y los hijos de ambos.
  • La dignificación del que es considerado inferior. Las palabras del Papa Francisco en su venida a México son iluminadoras al respecto: “en repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador”.
  • El nacimiento de una esperanza por una relación con la Madre. Ella recupera para el sentido fatal de la historia (el eterno retorno, lo aparentemente inevitable), un cuidado y una historia buena.
  • Una exigencia de autonomía. Contra la versión del carácter mimético del mexicano de Samuel Ramos y el sentimiento de inferioridad, hay una experiencia fundada también –y mayor– de sana autonomía de los humildes: el orgullo de los humildes que se saben constructores también de la ciudad terrenal aunque no tengan puestos de gobierno ni estén en las grandes cátedras académicas ni al frente de poderosas empresas. Ese “tú serás mi embajador” introduce en un sentimiento de autonomía y dignidad que va más allá de las desigualdades sociales.
  • La relación directa con Ella. Sin tapujos ni vergüenzas. Todos necesitamos una madre, fuertes o débiles, cultos o ignorantes, peregrinos o migrantes. Todos necesitamos un abrazo, un regazo. Nuestra Señora de Guadalupe nos lo ha dado (y justo en este momento –coincidencia– está regresando mi esposa de la cirugía).
  • Finalmente, la Madre envía y reconduce al Destino final, el Sol al que anuncia y da a luz. Amén.

 

[1] Octavio Paz, El laberinto de la soledad.

[2] Ibid.

[3] “El símbolo ejerce una función de mediación. Permite el paso de lo visible a lo invisible, de lo humano a lo divino. Contribuye a epifanizar el misterio, lo que hace posible la aventura espiritual del ser humano. En su hermenéutica, P. Ricoeur habla del símbolo como detector y descifrador de la realidad humana y considera que, en definitiva, «todo símbolo es en última instancia una hierofanía, una manifestación del vínculo del hombre con lo sagrado»; y añade: «en definitiva, pues, el símbolo nos habla como indicador de la situación del hombre en el centro del ser en el que se mueve, existe y quiere»”. Julien Ríes, El hombre y lo sagrado. Tratado de antropología religiosa.

[4] Expresión que alude al comienzo del tiempo.

[5] “Por contraposición a Guadalupe, que es la Madre virgen, la Chingada es la Madre violada. Ni en ella ni en la Virgen se encuentran rastros de los atributos negros de la Gran Diosa: lascivia de Amaterasu y Afrodita, crueldad de Artemisa y Astarté, magia funesta de Circe, amor por la sangre de Kali… Guadalupe es la receptividad pura y los beneficios que produce son del mismo orden: consuela, serena, aquieta, enjuga las lágrimas, calma las pasiones”. Octavio Paz, El laberinto de la soledad.

[6] David Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano.


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