Esperando… en la estación del Adviento
De todos los tiempos existentes,
el tiempo corto, por ejemplo,
o el mediano o tiempo largo;
el de las eras y edades;
el pasado tiempo o el futuro;
o del tiempo de los tiempos que conjugo.
Del de los estacionales
o el de horóscopos constelares;
del de plazos programados
o los tiempos aplazados.
Incluso de aquellos tiempos
más concretos aún:
de los años y los meses,
de las horas y los días;
de los que mide el cronómetro
con paciencia y osadía.
De los tiempos psicológicos
como la angustia lo es,
o el tiempo de la gloria o la pena,
de alegría o melancolía.
O de los tiempos reales,
tiempos de ciertos retornos
de plantar y cosechar,
de tirar y recoger, esto es,
de los tiempos del sabio de Eclesiastés.
De los tiempos de la física,
expresión de la energía,
de la masa y la inercia,
velocidad, fuerza, potencia…
De todos ellos, con seguridad plena,
el que a mí me gusta más
es el litúrgico tiempo.
El que sin duda se mueve más cercano
a este corazón mío, arcano.
El que con mayor precisión
habla de mi intimidad
en lo que es y en su proyección,
y en lo que entiendo mejor ser.
Viene más a mí y más que todos me da.
Es que contiene una dulce promesa
de la superación de la nada
…que se empeña en absorberme.
Hay en el tiempo de Adviento
una altivez delicada… de mi deseo.
Una espera esperanzada
de brote en tronco viejo,
de chispa en lumbre apagada…
de, al corazón, cumplimiento.
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