Debo de confesar que la película Roma de Alfonso Cuarón me revolvió varias cosas de mi infancia, aunque no viví la mayor parte de ella en la Ciudad de México ni tampoco en la Colonia Roma. Sobre todo, me llamaron la atención algunos aspectos humanos, que a continuación reseñaré.
En primer lugar, me impresionó cómo se pone en un primer plano, argumental y cinematográfico, a las empleadas domésticas y sus fatigas. El paneo que aparece en una de las primeras escenas refleja precisamente eso: la actividad doméstica, esa que Hannah Arendt atinadamente clasificó como “labor” y que puede llegar a marearnos. Siempre hay algo qué hacer y al día siguiente eso mismo hay que volver a hacerlo. Sin la labor no es posible el “trabajo” ni mucho menos la “acción”, que presuponen a la primera.
Otro aspecto llamativo ha sido la soledad que viven muchas mujeres en los distintos estratos sociales, en parte por la indolencia de algunos –nosotros, sí– hombres. La soledad, se evidencia, no se resuelve con una situación económica más desahogada, al final demanda un “tú” que irrumpa en la cotidianidad y ayude a vivirla. Con todo, las mujeres de la historia no están completamente solas, un contexto de desigualdad las pone frente a frente para ayudarse.

Es poderosa la imagen de Cleo, una muchacha oriunda de Oaxaca que trabaja como empleada doméstica en una casa de la Colonia Roma de principios de los 70s. Tras enamorarse de un golpeador, pierde a su hija al dar a luz. Me llaman la atención el cuidado de la abuela de la casa que no deja de rezar el rosario mientras lleva a Cleo al hospital. Es muy fuerte también el momento en que Cleo reconoce que no deseaba a la bebé y al final rompe en llanto.
El contexto social no podría ser mejor representado: la lucha de por las libertades frente a un sistema que rayó en el totalitarismo al masacrar estudiantes. Hay ecos del pasado que es pertinente escuchar en esta época.
No me detendré a hablar de la arquitectura de la Colonia Roma ni de sus vecinos, pues ese contexto no lo viví. Yo nací y habité entre la Colonia Narvarte y la Del Valle y tras el sismo del 85 migré a Oaxaca con mi madre y mi abuela. Sí, como dos de las protagonistas de la película.
Y allá en Oaxaca conocí a muchas Cleo. En la casa de mi tía Alicia, Eligia me atendió de niño. Cuando mi hermana era una bebé, Fernanda, una joven de Pochutla, asistió a mi mamá cuando ella salía a trabajar al Seguro Social. Y Ledi, una joven costeña, nos cuidó a mi hermana y a mí cuando nos mudamos de la casa de mi abuela a la nueva casa de mi madre, justo cuando entraba en la adolescencia.
Muchos tenemos tanto que agradecer a las empleadas domésticas. A aquellas Cleos que, como Sísifo, realizan la labor arendtiana para que podamos dedicarnos al trabajo y a la acción y que, sobre todo, nunca nos dejan solos a pesar de sus propias soledades.
LAS MEDITACIONES DE TESEO
Un elemento de la labor está presente en todas las actividades humanas, incluso en las más altas, en la medida en que pueden ser emprendidas como tareas «rutinarias» mediante las cuales nos ganamos la vida y nos mantenemos vivos. Su propia repetitividad, que a a menudo consideramos un peso que nos agota, es lo que nos procura aquel mínimo de contento animal, del cual los grandes y significativos momentos de alegría, que son raros y que nunca duran, nunca pueden ser sustitutos, y sin el cual difícilmente serían soportables los momentos más duraderos, a pesar de ser igualmente raros, de dolor y pesar.
Hannah Arendt