Por: Tutmes Carrillo.

Algo que nos puede parecer enigmático a todos lo que contemplamos esta hermosa pintura es la sutileza con que una dama, por cierto, más famosa que conocida, puede inspirarnos diferentes sentimientos con base en la peculiar sonrisa que la distingue. Y es verdad, hay quienes le vemos seria, otros más enojada, a alguien le puede inspirar deseo, y otros podrían decir que simplemente es el punto perfecto para no expresar nada.
Lo interesante en esta reflexión es que la vida se asemeja un poco a esta famosa Mona Lisa de Leonardo, existen situaciones en ella a las que llamamos sonrisas, pero en cada uno despiertan sentimientos tan variados, y desencadenan actos muy concretos, tantos como seres que existimos. He ahí la genialidad; cuando dos chispas de sentimiento se cubren con la misteriosa sensación de que se conocen, de que alguna vez en la vida lograron permanecer en el mismo instante y en el mismo momento y se dieron cuenta de que son idénticas. A esta magia la llamamos contacto personal, encuentro.
El encuentro no es lo maravilloso del proceso, es un medio por el cual nos entendemos vivos, nos vemos inmersos en un mundo sin acabarse del cual formamos parte. Y por él, entendemos que quien está frente a nosotros también se ha conmocionado por esta pintura, y la peculiar sonrisa le ha provocado esa imperiosa necesidad de sentir algo tan desigual y tan semejante como nosotros mismos; entendemos que estamos frente a otro que se hace llamar “yo”.
La próxima vez que te encuentres frente a La Gioconda de la vida pregúntate; ¿qué me dice su sonrisa? ¿A quién más le sonríe así? Y será el momento ideal para descubrir que el encuentro con los otros es la oportunidad privilegiada para encontrarnos con nuestra misma humanidad, es el tiempo adecuado para saber que no estamos solos en este instante de vida. Quienes nos rodean son seres humanos que sienten, que viven, que esperan; que sonríen igual que tú y yo.