El «quizá» de la felicidad
(la desazón del «vanitas vanitatum» del Eclesiastés,
el «ni modo» del samsara de los budistas,
el eterno retorno nietzscheano,
el Tarumba de Sabines,
el cinismo de nuestro tiempo,
la amargura de la soledad,
la insatisfacción del Fausto de Goethe,
el «ojalá» de Platón,
las columnas de Hércules,
la melancolía de Benedetti,
la miseria de mi vecino,
mi pecado…)
ha sido superado por la misericordia del Emmanuel.
* * *
Soy viejo.
“Lento desde hace siglos,
mi piel como mi lengua,
desde el primer viviente, anuncio y profecía”.
Soy viejo como lo somos todos los hombres por jóvenes que seamos. Por fuertes que nos consideremos. Por vivos que vivamos.
Porque “hago el mal que no quiero”;
porque “veo el bien y hago el mal”;
y porque aun cuando hago el bien eso no basta.
Viejo, porque mido con mi medida,
a todos y a mí mismo.
Viejo porque no sé amar con ágape.
Soy viejo porque soy lento.
Soy viejo porque me cuesta.
Viejo porque no soy “el agua de la sed que tengo”,
no me basto.
Viejo porque me engaño haciéndome creer que me basto.
Soy viejo por mi conciencia vieja,
inquisidora o ajustadiza.
Por mi memoria desmemoriada
y mi voluntad voluntariosa y desprotegida.
Soy viejo como para no esperar nada de mí
y no esperar que nadie espere nada de mí…
Y así, viejo como incapaz de esperar nada de otros
(aunque viejo también como para exigir todo de los otros).
Viejo, como tronco viejo, con ramas secas sin hojas.
Cierto, viejo como árbol para cortar y echar al fuego.
Y he aquí que un brote nuevo surgió en un tronco viejo.
“Una rama del tronco de Jesé brotará para tu pueblo, Israel”.
Un brote nuevo en tronco viejo.
Un brote que salva al tronco de ser lanzado al fuego.
Un brote de esperanza.
La esperanza –dice Dios por la boca de Peguy–
es esa pequeña que parece ser llevada por sus dos hermanas mayores
–la Fe y la Caridad–,
nadie advierte sin embargo que es al revés, siendo ella quien lleva a todos.
Ese renuevo donde nadie le esperaba, salva al tronco completo.
Es una resurrección antes de la muerte definitiva del cuerpo.
La esperanza es una resurrección del alma en el cuerpo aún no muerto.
La Encarnación nos ha traído esa primera resurrección.
Para que la segunda resurrección sea posible
–esa que aún estamos por ver y fue anunciada con la resurrección de Cristo–
ha sido necesaria esta primera resurrección,
que es como una resurrección anticipada,
del alma.
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