Anécdota sobre Jesucristo

Hace algunos años, antes de iniciar una clase ordinaria de filosofía, se me ocurrió plantear la pregunta de por qué se celebraba la Navidad. La mayoría de los alumnos no había terminado de ingresar al aula, así que sólo quienes habían llegado primero pudieron darme alguna respuesta. Hubo quien me dijo que celebrábamos la Navidad porque era una tradición, y como toda tradición, habría de cumplirse. Alguna chica expresó que la era una época muy bonita y que era la temporada que más le gustaba del año, particularmente por los regalos que recibía. Eran las últimas clases antes de las vacaciones de diciembre de 2004.

Poco a poco, empecé a recibir distintos tipos de respuestas sobre por qué celebrábamos la Navidad. Finalmente un chico dijo: “¿Qué no celebramos la navidad porque nació Dios?” Para este momento todos mis alumnos ya estaban en el aula, entonces interrumpí las respuestas que escuchaba e interrogué: “¿Y qué tiene de especial que haya nacido Dios?, ¿qué significa eso para ustedes?” La única respuesta que obtuve fue un prolongado silencio. Entonces, como nadie decía nada puse el siguiente ejemplo: “Imagínense –dije‑ que en este momento entrara por la puerta del salón un hombre vestido con jeans, playera y gorra, y dirigiéndose al centro del salón dijera a todos: «Yo soy la verdad».”

Tres manos levantadas no se hicieron esperar. El primero de los alumnos dijo con una espontaneidad que desató la risa de la clase: “¡Yo lo pateaba! ¿Cómo un tipo va llegar de repente a decirnos que él es la verdad?”. De repente sentí surgir dentro de mí un escrúpulo debido a la expresión, sin embargo como me interesaba más comprender la razón de lo dicho, no dije nada. Casi automáticamente después de la respuesta anterior una alumna, corrigiendo a su compañero, dijo: “Pues yo no lo patearía, porque no me ha hecho nada, pero tampoco le haría caso; eso de que alguien es la verdad es muy extraño, sólo a un loco se le ocurriría decir eso”. Después de que terminó de hablar pregunté: “¿eso es todo?, ¿esa es la manera como reaccionarían?” Un alumno levantó la mano con una sorprendente respuesta: “Yo le preguntaría, por qué dice eso”. “¿Y si te dijera que sólo lo podrías descubrir acompañándolo a donde él vaya?”, repliqué. “Lo seguiría”, me contestó el chico.

Los muchachos habían recreado, en la sinceridad de sus respuestas, la figura de Jesucristo. “Miren qué curioso”, dije a la clase, “todo lo que han contado es lo que le ocurrió al que estamos celebrando. En efecto, Jesucristo fue pateado, humillando y crucificado. También hubo algunos que durante su calvario sólo le veían sufrir pero que no le siguieron y tampoco le agredieron. Finalmente, un grupo reducido de hombres y mujeres, le siguió, deseaba saber cómo era posible lo que anunciaba. Él decía de sí mismo ser el Camino, la Verdad y la Vida. Con el tiempo esa pequeña comunidad de personas que le siguió se convirtió en lo que hoy llamamos Iglesia.

LAS MEDITACIONES DE TESEO

Todo en la vida nuestra, tanto en el tiempo de Jesús como ahora, empieza con un encuentro. Un encuentro con este hombre, el carpintero de Nazaret, hombre como todos pero a la vez distinto. Los primeros, Juan, Andrés, Simón, se descubrieron mirados al fondo, leídos en su interior y en ellos se generó un estupor, un asombro que, enseguida, los hacía sentir ligados a él y de manera diferente.

Mons. Jorge Mario Bergoglio

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