Este asunto de los propósitos que hacemos o quisiéramos hacer cada vez que comienza un nuevo año, no es cualquier cosa; más allá de los doce deseos que tradicionalmente solemos pedir en los últimos segundos del año que termina, están las cosas que realmente quisiéramos hacer.
Y es que la línea que divide los deseos y los propósitos puede ser muy delgada; los deseos son cosas que quisiéramos que sucedan, pero no siempre está en nuestras manos el que sucedan, en cambio, los propósitos dependen, casi en su totalidad, de nosotros.
Entonces, desear es la parte fácil: deseamos salud, viajar, tener trabajo, etcétera, pero ¿hay que dejar todo en manos del destino para que se cumplan? Pues si tal vez alguno llega a realizarse «casualmente», tal vez; pero es que así no funcionan las cosas.
Aunque sí podemos desear y esperar que las cosas se den como por arte de magia, la realidad es que cuando deseamos algo, los deseos deben convertirse en propósitos y en ellos, el destino, el azar o la casualidad ya no pueden jugar un papel central en el asunto: en su lugar entra la voluntad, pequeño gran problema, porque eso significa que el asunto se convierte en nuestro problema: si quiero algo, tengo que esforzarme.

Debo confesar que rara vez pido deseos durante la última noche del año y tampoco suelo elaborar una lista de propósitos, simplemente suelo comenzar el año como cualquier otro día y el año va transcurriendo con el día a día y las cosas van saliendo, con el trabajo de siempre, tanto las pequeñas cosas no planeadas que van ocurriendo y alguno que otro proyecto que suele realizarse, pero nunca, hasta el año pasado, me había propuesto, realmente, una serie de cosas por realizar en el plazo de un año –honestamente no le encontraba sentido– y hoy, al iniciar otro año, puedo decir que realmente funciona hacerlo, y que valió la pena intentarlo por vez primera. Y, he de decir que la lista era bastante ambiciosa, pues, ¡total, si no puedo realizar todo, no pasa nada!

Tener tan claro lo que quería lograr significó, también, tener claro que lograrlo en una gran parte depende de mí, pues hay que aceptar que eso de que “querer es poder” no es totalmente cierto, pues hay muchos factores externos a nosotros que dificultan o impiden la realización de nuestros proyectos.
Y es aquí donde comienza la dificultad de este asunto de los propósitos, pues solemos comenzar con muchas ganas, convencidos de hacer lo necesario. Entonces, si el propósito (típico) es, por ejemplo, bajar de peso y llevar un estilo de vida más saludable, ello implica, entre varias cosas, levantarse más temprano o acostarse más tarde para hacer ejercicio, y aunque los primeros días estamos llenos de ánimo, persuadidos de que de ahora en adelante las cosas cambiarán, que este año sí lo lograremos, las cosas comienzan a complicarse en las siguientes semanas (si bien nos va) o, en el peor de los casos, a los pocos días, pues nos hemos dado cuenta de que no es tan fácil hacerlo, que siempre es más tentador dormir 30 minutos más en lugar de hacer lo necesario para llevar a cabo lo que nos propusimos.
Y así, poco a poco, vamos desertando, y la dieta, el ejercicio, leer más, estudiar algo, escribir, viajar, tomar alguna clase, correr un maratón… todo eso va quedando atrás. Porque todo requiere esfuerzo, constancia, perseverancia, sacrificio, en otras palabras: mucha fuerza de voluntad. Y ¡cómo flaqueamos en eso!, ¡cuánta voluntad nos falta!
La insistencia en la formación de la voluntad durante la educación no es en vano, las consecuencias de la falta de ella repercuten directamente en nuestra vida y no para mejorarla, aunque en apariencia tal vez no sea tan necesaria, pues ¡qué cómoda es la vida sin pendientes ni esfuerzos!, es decir, que simplemente vaya pasando lo que tiene que pasar, pues “de algo nos hemos de morir” ¿no? Y esa es la excusa perfecta para evitar comprometernos con algo, pues, de nuevo, cualquier compromiso adquirido se traduce en responsabilidad y esfuerzo extra.
Sin embargo, tener propósitos significa tener objetivos claros, y ello da dirección a la vida, ellos dotan de un sentido extraordinario a la vida ordinaria, pueden ser un impulso en lugar de una carga, y es que ahí radica la diferencia, creo yo.
Cuando vemos nuestros objetivos planeados, como carga, tal cual, se vuelven pesados, y hacer lo necesario para alcanzarlos se vuelve una especie de martirio: de nuevo tengo que levantarme más temprano, otra vez tengo que hacer esa tarea que no tendría que estar haciendo si no me hubiera metido a tal clase, en lugar de estar despierta a las 7 de la mañana para ir a correr, bien podría estar acostada en mi cama viendo Netflix y tomando café, y así con cada actividad que vemos como carga, y toda carga cansa.

En cambio, si desde el principio, a nuestros propósitos los encaramos como oportunidades de mejora, lo que se viene después no será un martirio, sino una oportunidad de acercarnos a la meta, de hacernos más fuertes y perseverantes. Así, la levantada temprano –aunque no deje de costar– será algo que, conscientemente, nos llevará a nuestro objetivo, el cual nosotros –y nadie más– elegimos hacer. Conviene recordar que por algo está en nuestra lista de propósitos, pues desde el inicio,¿ pensamos que era algo bueno para nosotros, de otro modo no lo habríamos puesto.
El punto, al menos eso he aprendido, es saber que –como siempre hemos escuchado– lo bueno cuesta. Las cosas que valen la pena no caen del cielo así nada más. Si realmente queremos algo, debemos luchar con nosotros mismos las batallas más difíciles y esforzarnos constantemente para conseguir lo que realmente anhelamos, sin dramas, sin martirios, sino con la actitud de alguien que sabe lo que quiere y que es consciente de que las cosas no se hacen solas sino que alguien –en este caso, cada uno de nosotros– las tiene que hacer.

Y les aseguro, que al ir “palomeando” cada propósito, el sentimiento de satisfacción los impulsará a buscar más y mejores cosas, pues darse cuenta de que uno puede da confianza y nos hace ver que todo el esfuerzo realizado tiene su recompensa, en otras palabras, que la fuerza de voluntad es algo necesario para vivir la vida como uno quiere vivirla y no como le va tocando. Y así, al terminar el año, puedas hacer, con gusto y orgullo, el recuento de lo logrado, y comenzar el siguiente con nuevos bríos y un sentido distinto, conscientes de la lucha diaria y dispuestos a continuar con lo que viene, abiertos a crecer y mejorar. ¿Por qué?, porque queremos hacerlo, porque podemos hacerlo. La voluntad es la clave. Les deseo que este 2019 sea el año de los propósitos cumplidos.
