Si de algo nos ha convencido lo que sucedió el 1 de julio en México es que no es posible volver al statu quo previo a esa fecha. Que el esquema “neoliberal”, que promueve el crecimiento económico sin importar los beneficios que este tenga para el bienestar de la mayoría, tocó fondo y se evidenció como un esquema fracasado en lo que respecta al bien común. Que ni el bienestar económico ni la justicia social ni la paz se pueden alcanzar cuando la dirección se deja en manos de la “mano invisible” del mercado.
Por otro lado, el fracaso de la gran mayoría de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica en las décadas recientes, desde los más promisorios e inteligentes –Argentina, Brasil, Chile– hasta los más torpes y desastrosos –Venezuela, El Salvador, Nicaragua–, nos ha convencido de que tirarse al otro extremo, hacia el estatismo económico y el autoritarismo político, resulta un remedio peor que la enfermedad.
El nuevo gobierno de México, con un consenso sólido y un apoyo popular muy grande, tiene la gran oportunidad de escoger una tercera vía, que aproveche lo mejor de ambos esquemas sin caer en sus errores. Apertura al exterior, pero siempre condicionada a construir una industrialización a profundidad como lo han hecho China y otras naciones asiáticas, no limitada a la mera maquila para las economías industrializadas como lo hizo el esquema neoliberal. Una transformación radical de las estructuras económicas que nos permita desarrollar áreas de especialización tecnológica con marcas mexicanas capaces de competir con los grandes monopolios de las potencias industriales, algo que ni el estatismo mexicano previo a la etapa neoliberal ni ninguno de los gobiernos de izquierda en América Latina ha logrado a pesar de su fuerte estatismo.
Una “tercera vía”, que en realidad es la única vía que ha permitido la industrialización de todos y cada uno de los países actualmente industrializados, aquella que combina el libre mercado con una fuerte intervención estatal en las áreas estratégicas, la investigación científica y tecnológica y la construcción de infraestructura económica básica para incentivar, potenciar y darle dirección a la iniciativa empresarial privada.
Justamente lo que no hicieron los países latinoamericanos en la “Primera Transformación”, al alcanzar su independencia de España, cuando Inglaterra los convenció de abrirse indiscriminadamente al libre mercado para invadirlos de mercancías y reducirlos a economías exportadoras de materias primas. Y lo que no han hecho ninguna de las subsiguientes “Transformaciones” ni en México ni en el continente, ni las de corte liberal ni las de corte marxista.
“¿Volveremos a confiar en ideologías que han demostrado fracasos humanos y devastaciones económicas?”, pregunta el Papa Francisco en su presentación del libro Memoria, coraje y esperanza del comisionado vaticano para Latinoamérica Guzmán Carriquiry, escrito a propósito del Segundo Bicentenario de la Independencia de estos países. “Una nueva gesta patriótica en América Latina requiere que se emprendan con perseverancia y creatividad nuevas vías –¡terceras vias!– para el desarrollo de los pueblos.”, dice el autor.
Si la “Cuarta Transformación” quiere realmente trascender en la historia y no quedarse en un mero slogan de campaña debe de aprovechar la gran oportunidad que le da el evidente fracaso del neoliberalismo radical y del estatismo autoritario en el continente.
“López Obrador tiene la posibilidad de liderar un gran movimiento nacional y popular de regeneración y reconstrucción del país o puede sufrir la amenaza de reducirse poco a poco en una nueva versión del ‘ogro filantrópico’ de la ‘revolución institucionalizada’, es decir del viejo PRI, dice Carriquiry.
AMLO tiene consigo un apoyo popular extraordinario y un control de facto de todos los poderes del Estado, lo cual le permitiría tomar el liderazgo del continente para encaminarlo hacia dicha tercera vía que combine lo mejor de ambos esquemas, el liberal y el estatista, y evite sus graves excesos y errores.
Yo señalaría dos grandes fallas que AMLO tendría que corregir de inmediato para lograr lo anterior:
Su concepto de “pueblo”. Tiene toda la razón en decir que una democracia sin la participación activa y comprometida del pueblo es un sistema hueco, vacío, un mero instrumento de las élites para acceder al poder y usarlo a su conveniencia. El problema es que, para él, “pueblo” es solo la porción de la ciudadanía que lo apoya incondicionalmente. Los que no, son el anti-pueblo, los fifís, los adversarios contra los que hay que movilizar al “pueblo bueno” y sabio, cuya encarnación es él mismo y cuya voluntad se expresa en él y a lo sumo en sus “consultas” manipuladas desde el poder. Una versión más de la maniquea “lucha de clases”.
La otra gran falla es su concepto de política exterior, el cual se muestra en toda su crudeza en el apoyo de facto que le está dando a la dictadura sanguinaria de Maduro en Venezuela. Con el pretexto de la “no intervención”, su negativa a condenar la usurpación del poder del déspota, que por sus pistolas “desconoció” a la Asamblea Nacional que le era adversa y fabricó una “Asamblea Constituyente” para cambiar la constitución y perpetuarse en el poder, de hecho AMLO se pone del lado de la dictadura y la injusticia y se alinea con lo peor de los regímenes autocráticos del continente.