En muchas ocasiones, no son claras las circunstancias que nos llevan a estar frente al balón para lanzar un penal. La mayoría de las veces, las circunstancias que nos llevan al penal no han sido premeditadas, simplemente nos acontecen. Incluso existe la posibilidad de que no hayamos tenido relación alguna con el suceso, sin embargo, el hecho es que estamos ahí, frente al balón, y es nuestro el desafío: lanzarlo; y, si tenemos que lanzar el penal, debemos anotar, es la consigna.
El primer paso, antes de lanzar el penal, es sustraernos del mundo, esto significa: olvidar a la afición, desplazar todas las opiniones que dictan hacia que lado se debe lanzar el penal. Es algo así como colocar entre paréntesis los gritos de la afición e incluso el mandato de aquél que se concibe como director técnico –inclúyase también no darle la mano al portero.
El segundo paso implica adoptar una postura para lograr una precisión del cuerpo. Con esto me refiero a asumir una perspectiva, y evitar divagar entre la multiplicidad de posibilidades que puedan existir, para afirmar el cuerpo frente al marco. Por cierto, el marco es solamente nuestro ámbito de referencia nunca nuestro objetivo.
Una vez adoptado el punto de precisión del cuerpo avanzamos al tercer paso: La variación imaginativa. Ante lo cual resulta oportuno adoptar la siguiente pregunta: ¿cuáles son las condiciones necesarias para que el lanzamiento se convierta en anotación? Esta interrogante permite evocar una cascada de preguntas que llevará a tensar el cuerpo y fijarle un pulso. A partir de la exposición de variadas posibilidades imaginativas respecto las razones que permiten identificar el sentido de la anotación, es que se logra logra evadir al portero, especie de genio maligno que se cuela en la imaginación del lanzador e intenta interponerse entre el lanzamiento y la anotación.
Una vez que se ha logrado tensar el cuerpo y ajustar el pulso en medio de la cascada de las preguntas (variables imaginativas), el cuerpo será arrebatado por un impulso externo que lo convocará a patear el balón. El último de los detalles que no debe ser obviado –quizá el más importante– es el de no pestañear, ya que es ahí donde todo puede venirse al suelo, (¿cuántos gobiernos han sido truncados porque a la hora de votar los ciudadanos pestañearon?). Pestañear significa perder la mirada del objetivo que se ha revelado.
El arrobamiento por el cual es impulsado el lanzador que ha sido convocado le llevará a anotar y, por ende, alcanzar un estado de gozo. Eso que algunos llaman gol.