He de reconocer que en algunos momentos de mi vida fui en busca de esa píldora del día después, no puedo borrar esos pasajes de mi historia. Salí desesperanzado en busca de una salida instantánea, sin embargo, no encontré la píldora. Busqué la píldora del día después, horas después de eventos donde voluntad y libertad no iban de la mano; la busqué, también, el día después de la noche (oscura) que uno suele recordar poco, clame por la píldora del día después cuando me enteré de mis errores y también cuando me enteré de que el error era de otro. Pregunté por la píldora del día después un 8 de octubre del 2007, también después de las elecciones presidenciales. La píldora del día después que no encontré, me permitió afrontar el día que adviene luego del día después, y eso me llevó a afrontar el misterio que se revela y oculta en el horizonte de la vivencia personal.
Nuestro problema sigue siendo el tiempo y el tiempo es el tiempo que somos. Abigarrados ante el pasado nos negamos atender los destellos del futuro que se asoman en el horizonte de nuestro presente. Nuestra existencia no debe ser vista como el barco que se encuentra anclado a un evento del pasado, mientras el océano de la vida nos atraviesa y somos incapaces de navegar. Sin embargo, no hay solución instantánea ante la cadena de vivencias que hacemos tiempo con nuestro cuerpo, “nuestras vivencias son tiempo corporeizado”, quien se arrepiente de sus vivencias, no le alcanzará ni una píldora, ni una tonelada, para anestesiar su cuerpo (y por ende su tiempo) por lo que le reste su existencia dentro de esta caverna llamada modernidad.
Quien busca soluciones instantáneas el día después, para erradicar sus vivencias pasadas, no hace más que un inútil gesto de auto-aniquilación. Muere para sí y solo un Dios es capaz de salvarle. Que el mañana nos encuentre con miedo es una posibilidad, pero abiertos a afrontar y si es en comunidad -aún mejor-, tomados por medio de nuestras llagas. El afrontamiento ante lo que nos adversa es una ineludible tarea que asumimos en el desarrollo de nuestra vida, misma que no es causa nuestra, sino que es siempre dada. Es solamente en la comprensión de nuestra condición débil que podemos encontrarnos frente a la desesperanza del que habita como individuo desnudo entre las ramas del bosque o como comunidad desnuda que sale al paso en busca del claro de bosque.
Todo desafío ético que afrontamos en nuestra condición humana no debe ser vivido con el peso de una calumnia individualizada, sino más bien como una tarea que nos convoca como comunidad, si bien la noche oscura la debe vivir cada uno en lo más íntimo de su ser, debemos ser capaces de atender a una resonancia silenciosa, -reciprocidad de conciencias- que nos aliente a continuar por las sendas de la desesperanza.
Humanidad somos, no por nuestra manera de estar fijados en un plano espacio- temporal específico, humanidad somos en cuanto estamos llamados a ser. La vida tiende por naturaleza a la trascendencia y todo acto que interfiera en su condición natural o en la afectación del entorno que por naturaleza le corresponde para seguir “siendo” denota la más baja degradación a la que puede llegar un hombre o mujer que ha sido carcomido por la individualidad y egolatría. El hombre o mujer que vencido por la egolatría atenta contra las condiciones necesarias de la vida que subsiste y se dirige a la transcendencia, esta cegado. Los factores que lo han llevado a esta manera de accionar deben ser los que se deben enfocar para evitar seguir atacando consecuencias cuando lo urgente como comunidad humana debe ser dirigirnos a las causas.
Bienvenido sea el día que advenga luego del día después, pues nos revela lo que capaces que podemos llegar a ser, para nosotros mismos y para los demás.
Exelente, tema para reflexionar ….
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