Autor: Kopi Luwak

A veces podemos perder el sentido de las obras que comúnmente contemplamos, como lo hemos visto en esta pequeña columna durante algunas semanas. Hoy quiero que recordemos la gran enseñanza que nos da el cuadro de Miguel Ángel, El Juicio Final, pintado después de 25 años de haber terminado la bóveda de la Capilla Sixtina, por el mismo autor.
Las alegorías presentes de la condenación o de la salvación son el parte aguas del retablo magnífico en esta capilla. Sin embargo el elemento más importante no es el juicio, ni la salvación o la condenación de las almas.
En el centro de la obra está Cristo, Él es el centro de la obra, es el que se ha sentado como Juez Universal, sólo Él es el Primogénito del Padre al que ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. El gran mural no es más que una referencia clara a Cristo, Juez Justo y Misericordioso, que no ata ni obliga a nadie.
Puede parecer que esta enseñanza es sabida por todos, que es bastante clara, pero me cuestiona cómo en nuestro tiempo a veces queremos salvarnos por nuestros actos, por lo que hacemos o decimos, y creemos que tanto cuanto actuemos bien seremos más dignos de la salvación. No es así, aunque es cierto que por las buenas obras damos testimonio de nuestra fe en Cristo y que con ellas ratificamos nuestra pertenencia a la gracia, no es otra cosa que la sangre de Cristo la que nos ha salvado y la que nos ofrece la salvación a todos. Es importante recordar la gracia que se nos ha dado, y que al final de los tiempos no nos enfrentaremos con una maquinilla que contará las obras buenas y que dará un pasaporte de entrada o de salida, sino que estaremos ante la presencia de una persona, de Jesús que nos ha hecho salvos por el amor misericordioso. Vivamos en el amor hasta llegar al Juicio Final.