Revolución

El principal problema que contiene el afrontamiento de la palabra revolución se encuentra en los referentes (imágenes mentales) de quién la piensa. En este caso, el primer paso que solicito al lector antes de continuar con la lectura del presente texto es que se permita omitir toda imagen previa o descripción ante la palabra “revolución”. Una vez despojados de esos elementos previos (algo así como dejar las viejas sandalias a un lado para caminar descalzo), nos enfrentamos a una palabra que no evoca, un objeto, sino más bien una acción, pero dicha acción, es encarnada, quiere decir que demanda de previo un quién. Con esto quiero exponer que no hay revolución sin un quién (un quién en comunidad).

La revolución no es un objeto, ni es un mero gesto instintivo de las especies no verbales, la revolución una posibilidad propia -solamente- de la condición humana; y con esto me permito afirmar que no todo miembro del género humano ha de ser acreedor de esta acción, algunos nunca vivirán la revolución. Es propio de la naturaleza humana su evolución, es un acto innato e innegable, empero, la revolución es un acto anhelado y voluntario -que nace de una singularidad ética que siempre es advenimiento-. La revolución no se gesta de manera ociosa o fortuita (no todo movimiento de masas amorfo y acéfalo implica una revolución).

La revolución más que un gesto es una mueca, más que una sonrisa es una carcajada, más que un llanto es un quejido. La revolución es la radicalización de la existencia misma del ser humano que se arroja sobre la historia con el objetivo de “re-proyectarse”. Por tanto, la revolución como acto del quién no surge solo de la idea ni solo de la pasión, deviene como acción transformativa del yo que se descubre en comunidad (no como un yo sino como un “nos-otros”). La revolución inicia en el encuentro con el otro (otros), que despierta una cadena de historias que se atraviesan como una espada en el quién e inmediatamente convoca a una eyección en el ahora que instantes atrás “pre- pensé”.

La revolución es y será personalista, porque nace en la persona, persona que se descubre a sí misma como comunidad, responsable por su condición de vida en “común-unidad” (comunidad), ante otros que no son su pertenencia sino su referencia. La revolución es y será comunitaria, porque despierta y se proyecta en el mundo de las relaciones, la revolución atiende a transformar las condiciones necesarias para responder a la realidad natural de la persona, decir “heme aquí” a la singularidad ética que despierta la “razón cálida” de la condición humana, que tiende a perderse de vez en cuando y caminar soñolienta en el valle de la vanidad del yo -narciso- que se eleva culto a sí mismo y olvida la humanidad del otro (y la de sí).

La revolución es y será personalista y comunitaria, o no será. La revolución será levantar a la humanidad herida para curar sus llagas.

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