Las personas que me escuchan y me leen encontrarán una palabra que constantemente aparece en todo lo que digo y escribo: cinismo. Con esto quiero referirme a un estado moral de nuestra generación y nuestro tiempo, uno que consiste en desdeñar toda opción dramática y fingir que se acepta el mundo del modo más paradójico posible: negándolo. Abundan los ejemplos de esto que digo, pero principalmente me obsesiona el uso de la ironía y el humor como mecanismo de enmascaramiento de una realidad que a todos nos interpela.
Nadie en su sano juicio podría negar que en nuestro mundo abundan ejemplos de injusticia, sufrimiento y menosprecio al por mayor, pero siguen siendo muy pocos los que se atreven a llamar las cosas por su nombre; el resto de los mortales se refugian de las llamas tras una actitud envilecida y esperpéntica: todo es una especie de carnaval, una bufonada en la que entre más hondas y grotescas sean las risas, me lo parece, más terribles y dolorosas han de ser las tragedias que se esconden.
Lejos de toda postura filosófica frente al mundo, creo que en todo esto hay una posición muy comodina. El cínico no está llamado a defender nada, a comprometerse con nada, a mover un solo dedo para cambiar nada; dice asumir que la vida es como es y, pues, “qué se le va a hacer”. De camino a la tumba no queda nada más que silbar mientras se derrumban uno a uno los pilares de nuestra esperanza. Para acabar pronto, el cínico es un irresponsable.
Lo contrario del cinismo es la verdad, que es uno de los nombres del amor. ¿Te has dado cuenta lo poco que la gente habla hoy en día del amor? Es más, se asume, tal es mi percepción, que hablar de amor y compromiso, entrega, pasión y búsqueda de justicia es sinónimo de estupidez; pareciera que el fruto más depurado de la inteligencia ha de ser siempre la decepción. Los inteligentes se burlan; los tontos, en cambio, creen y se comprometen en mil y una batallas perdidas. Más o menos así se plantean las cosas.
En lo que a mi respecta, además de repudiar el cinismo, me afilio con vehemencia a las causas de los “tontos”, los que confían en la fuerza del espíritu, la solidaridad, el encuentro fraterno, el trabajo diario, la posibilidad de construir un mundo mejor, la necesidad de señalar las injusticias, el deseo activo de un mundo más democrático y dialogante, la educación como puente hacia el futuro, entre otras tantas cosas que constituyen una brújula moral en medio de las devastación.
No les digamos ya más cínicos, llamémosles con su verdadero nombre: ¡cobardes!
Muy acertado Alex, y lastimosamente cierto. No sé si vives en México o en el extranjero, lo que expones es un retrato fiel de nuestra realidad, sobre todo aquí en Mi todavía hermoso país. Estamos rodeados de Cobardes en todos los ámbitos profesionales, llámese IP, AC, 3 Niveles de Gobierno, Sindicatos, etc. A mi ver, tenemos como 200 años de retraso Social….. Saludos.
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