Aurora era una servidora sexual como las que puede uno observar a todo a lo largo de Calzada de Tlalpan, paradas durante horas en un mismo sitio, esperando clientes.
Después de diez años, su trabajo ya era una rutina más que conocida. Hasta que un día, apareció un chico de 18 años apenas cumplidos que le pidió una entrevista. Argumentó que era para un trabajo escolar. Ella obviamente no le creyó nada, pero le contestó cortésmente y hasta algo coqueta a las preguntas que le hacía sobre su trabajo.
Lo raro inició más tarde, pues el chico regresó, y con una frecuencia extraordinaria: la buscaba todos los días. Se quedaba con ella como una hora, a menos que tuviera que atender a un cliente.
Platicaba con ella de todo, del tiempo, de las noticias, del futbol. Siempre sonreía y parecía considerarla como a una gran amiga; nunca hacía mención a su actividad. Ella notó que el joven siempre la miraba a los ojos, nunca al escote ni a las piernas ni a ninguna otra parte del cuerpo.
Continuó viniendo por semanas y después por meses. Ella acabó esperándolo con ansias; a veces era lo único que la animaba al despertarse, el único momento que le alegraba el día era verlo cuando se acercaba.
Pero un día, él ya no acudió. Ella lo esperó en vano por semanas. Cuando comprendió que no regresaría, se llenó de tristeza y sin entender por qué lo hacía, renunció a su trabajo. Dicen que todavía se le ve de cuando en cuando en Calzada de Tlalpan, esperando volver a encontrarse con el muchacho que se acercaba para platicar con ella.