Ser adultos es asumir quiénes somos y quiénes queremos ser. El ser humano es un proyecto, es decir, un tránsito constante de la idea a la materia, de la conciencia a la historia, del yo al nosotros. Somos libres para crearnos y esta es la mejor noticia que podamos tener; delante de nuestros pasos se abre un mundo de posibilidad para que nuestra voluntad y nuestro empeño ejerciten sus elecciones: donde todo se percibe oscuro y confuso hay un camino que habrá de hacerse a nuestro paso. El miedo nos susurra al oído diciendo que no vale la pena, que no hay nada más seguro que quedarnos amarrados a un pilote en el puerto, y tantas veces lo creemos. No es así. Se impone lanzarnos hacia adelante, como los toros, embistiendo lo que sea que haya de venir, porque nuestro destino no es otro que el de arder intensamente hasta la consumición total.
Es curioso, pero nuestra mente parece resistirse al cambio. De algún modo se encuentra protegiéndose de los posibles peligros; lo que quiere es garantizarnos la seguridad de los muertos, por eso es una mala decisión creerle demasiado a nuestra mente. ¿Quién quiere vivir sometido por el pánico? Lo maravilloso del asunto es que apenas nos movemos y asumimos retos, ese miedo comienza a retroceder, casi como un fantasma que nos ha aterrorizado por muchos años y que al sentirse desafiado se va empequeñeciendo hasta convertirse en un humillo insignificante. No es necesario que te lances de la noche a la mañana a la hoguera del horror, puedes comenzar con pequeños pasos que te vayan otorgando la seguridad necesaria para enfrentar disyuntivas más importantes. Te diré algo: el miedo es el gran robador de nuestras alegrías y es, además, un mentiroso profesional; conforme vayas atreviéndote a enfrentarlo, más aplomo tendrás y comenzarás a experimentar una sensación de felicidad infinita, incluso cuando no puedas conseguir lo que más deseas. No importa, has ganado lo más importante, aquello sin lo que ningún hombre podría ser feliz, aunque viviera rodeado de lujos: la libertad.
No importa lo que haya pasado antes, eso ha dejado de existir. No puedes perder ni un segundo recordando tus torpezas y traiciones, ¿para qué? Lo que se impone es seguir caminando, pero ahora más sabios y conscientes, seguros de que el juego aún no ha terminado y nuestra voluntad habrá de encontrar allá adelante el premio merecido, la recompensa justa a nuestra voluntad. Mucha gente promueve la idea del cambio, como si la inmovilidad definitiva fuera posible; cambiamos todos todo el tiempo porque la vida entera es movimiento. La diferencia consiste en saber si ese cambio es dirigido por nuestra voluntad o solo somos ramas adormecidas que mueve el viento de la vida. Somos o debemos ser los capitanes de este navío que es nuestra existencia. La libertad se prueba cuando alguien asume responsabilidades, es decir, cuando acepta con madurez las consecuencias de sus actos. Ser libre es un triunfo en sí mismo y no garantiza en ninguna circunstancia que viviremos una vida de ensueño porque nadie puede prometer semejante tontería. La libertad concierne al campo de la ética, no al de los caprichos.