Nunca me cansaré de decirlo: no somos héroes solitarios. Vivimos en una comunidad que nos envuelve y auxilia, a la que le debemos el mejor de nuestros esfuerzos, de quien hemos recibido lo que necesitamos para vivir, crecer, desarrollarnos. Esto está claro, me parece. Por eso es por lo que una vida con sentido, que de esto voy hablando, implicará la relación madura con los demás. Por supuesto que alcanzo a comprender que las relaciones humanas son complejas y que se desarrollan en múltiples niveles, pero aquí solo me interesa hablar de aquellos vínculos cotidianos que nos ayudan a apuntalar un proyecto de vida.
Parto de un principio: serás tan exitoso como la gente que te acompaña. Esto, que es un lugar común, apunta hacia una realidad específica: los seres humanos solemos replicar visiones y conductas del grupo más cercano; esto hace que podamos identificarnos y apretar los nudos de la interacción con ellos. Repetimos modos de hablar, jerga, movimientos, posturas ante la vida, etc. Es natural que así sea, lo que genera necesariamente una normalización de conductas que asumimos como naturales en contraposición de la artificialidad atribuida a quienes permanecen por fuera de nuestro grupo.
Todo esto me sirve para demostrar mi punto: somos mayormente la réplica del grupo al que pertenecemos. Por eso es fundamental que sepamos elegir a aquellos que nos acompañan en la vida y, esto es lo más duro, que tengamos el valor de apartarnos de aquellos que encarnan valores y formas de comprender el mundo que no son compatibles con lo que nosotros queremos. Digo que es lo más duro porque en muchos casos se trata de personas que forman parte de nuestra familia o nuestro círculo de amistades más cercano; pero no importa, el camino que hemos elegido requiere tomar decisiones y asumir la radical independencia de nuestros actos. Sin ese salto necesario nunca probarás el agua en el que deseas sumergirte. Por experiencia te digo, la estrategia del miedo consiste en magnificar los riesgos; una vez que hayas saltado te darás cuenta de que en realidad no era para tanto. Nunca es para tanto.
Las asociaciones virtuosas tienen un efecto multiplicador: los seres humanos nos retroalimentamos unos de otros, de tal manera que nuestras capacidades se potencian ahí donde entran en contacto con alguien más que puede comprenderlas y que puede aportar un testimonio que nos haga replantearnos todo; esto lo he visto en el mundo académico en los casos donde hay una verdadera interlocución. No hay persona, por genial que sea, que no pueda robustecer sus talentos en el contacto de seres afines.
Yo, que siempre he hablado sobre el poder de la voluntad, creo que los vínculos con personas de valor son aún más importantes. Nuestra voluntad es siempre punto de partida, pero es necesario caminar acompañados porque el camino es largo y las trampas que esconde el mundo son muchas. He conocido algunas personas con un gran talento que tienen también un gran ego, lo que echa a perderlo todo. Se cierran sobre sí mismas despreciando a los demás, seguras de que pueden cargar el mundo sobre sus espaldas: morirán devoradas por los demonios de su arrogancia.
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