La primera vez que fui a un cementerio tenía 14 años. Un grupo como de ocho chavos decidimos visitar uno y permanecer toda la noche para ver si éramos suficientemente valientes.
Y así lo hicimos, todos esperaban ver fantasmas y aparecidos; para ellos era excitante y terrorífico el cementerio, pero no fue así para mí. Me sentía triste y con lástima de los muertos que allí reposaban.
Aquello dejó huella en mi, todavía hoy acudo a menudo a cementerios a reflexionar… y a rezar.