Ama siempre, ama mucho, ama a pesar de ti y los demás, a pesar del miedo y la noche, a pesar del aparente triunfo de los cínicos. Ama lo que duele en ti porque te abre la puerta a la existencia; ama la noche que te arropa en el descanso; ama la delicada y preciosa libertad que tu corazón humano desea más que a nada en este mundo.
Ama contra las fuerzas del mal, que son reales y no descansan nunca. Ama razonablemente, con pasión e inteligencia, deseando siempre alcanzar al otro, a tu hermano mortal, al que también, muchas veces sin que lo sepa, está buscándote desesperadamente.
Ama la lucha de estar vivos, el esfuerzo, el trabajo, la creatividad humana que eres en tu corazón, tu cerebro y tus manos. Ama el deber moral de ser mejor cada mañana, sin prisa pero sin llantos, ascendiendo con honda convicción por la escalera incomprensible de tus propias circunstancias. Ama los renacimientos que eres, ese que brota otra vez de ti, de tus ruinas adoloridas, de las cenizas y las lágrimas, de la confusión natural del alma después de una caída: ahora eres más fuerte, aunque no te des cuenta.
Ama los límites de tu inteligencia porque ellos te muestran el camino del corazón. Ama la imperfección que eres, la torpeza, el error, la debilidad indispensable de tu carne de hombre; se aprende siempre cuando nos hemos sabidos pobres y pequeños, es verdad, pero con hambre y pasión, herederos de todos los que antes fueron y pudieron con la fuerza de sus manos desnudas levantar imperios de bonanza en mitad de los desiertos.
Ama la memoria de tu estirpe, pero no te vuelvas esclavo de ella, rehén de las inútiles nostalgias; el mundo entero está por hacerse y es tu deber llevar la estafeta unos cuantos metros más allá de la última mano de los muertos. Perteneces a una larga cadena de esfuerzos que ennoblecen y dan sentido a esta absurda maravilla que son los días y las noches.
Ama a tu familia y tus amigos, si no es que son la misma cosa, porque en ellos tienes la esperanza segura cuando vengan las tempestades naturales que a todos nos esperan. Ama la naturaleza que te rodea, los placeres propios de la carne, las delicias que nos invaden y sacuden a través de los sentidos. Ama el arte de los hombres, fuente infinita de gozo, iluminación y vía de conocimiento último de nuestra condición humana.
Ama siempre, ama mucho porque quien ama no hiere ni socava, no sabotea a los demás, no roba la alegría que otro ha cultivado en la paz de su jardín interior. Ama sin culpas lo que amas, que nadie meta en tu cabeza jamás la crueldad del sufrimiento por decreto, del sacrificio inútil en nombre de sus ídolos de barro. Ama porque quien ama se convierte en el amor y se trasciende, y se convierte en algo más que tiempo y carne, y queda ya para siempre en un legado que nutre la vida de aquellos que vienen por detrás de nosotros, poco a poco, imperceptiblemente, ocupando uno a uno su momento.
Ama hasta derrotar el miedo. Ama hasta que la verdad te colme. Ama hasta que despunte la mañana del sentido. Ama hasta que comprendas para qué has venido a la interminable fiesta del mundo.
Te abrazo.
Maravilloso texto, gracias por tus palabras
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