Y él me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes delante; come este rollo, y ve, habla a la casa de Israel.
Ezequiel 3,1
Es un dulzor
que no siento en mis labios.
Es un dulzor
que lo siento dentro mío
y que mistifica;
a lo hondo llega,
hace de lumbrera
en aquella oscura zona
que a la noche asemeja.
Es un dulzor
melódico,
músico,
rítmico,
propio del verso
que llena el alma
y alivia su pena,
pena pesada
por el peso del tiempo.
Es un dulzor,
mistérico,
de aquellos por los que
Dios habla.
Es un dulzor
que todo solemniza
y que a este pobre sayal
le da más valor
que poca ceniza.
Es un dulzor
que traspasa lo íntimo
y se manifiesta, semejante,
como semejante es una
lágrima al Mar,
en este pequeño instante.
Es un dulzor
que encuentro contenido
en pequeños goteros
que lo dan cual enjambres,
empapados de tal miel
que ninguna otra delicia
añora mi hambre.
21/09/19