La amistad es el punto más delicado y virtuoso del amor. La amistad todo lo da y no pide nada a cambio, ni siquiera la presencia y el acto implícitos en el amor sentimental. O para decirlo de una manera más precisa, la amistad es la forma más sosegada (o decantada) del amor; no hay urgencia ni demandas entre los amigos. Todo ahí es serenidad complaciente, certeza firme, celebración en conjunto de la vida. Por eso todos los matrimonios deberían aspirar, me lo parece, a alcanzar este estado de sofisticación en sus relaciones, lo que indudablemente garantiza un estado de convivencia más plena y rica. Los esposos que son amigos llevan en el corazón un fuego que no se consume nunca.
En el corazón de la amistad existe una luz misteriosa y benéfica: el altruismo. La persona busca que sus amigos estén bien, que se distiendan y encuentren en su cercanía un escenario para expresarse sin los corsés, tantas veces infames, que impone ese mundo contradictorio y espinoso que son las relaciones sociales. La amistad es propulsora de conocimiento, de satisfacción y de vida plena. No es exagerado esto que digo, por eso es por lo que los estudiosos de la ciencia han sabido durante mucho tiempo que las personas que son capaces de sostener buenas relaciones de amistad son menos proclives a las enfermedades del cuerpo y de la mente.
Sal de ti, busca la amistad, sobre todo hoy en día en donde las redes sociales, ese simulacro de la vida, nos hacen creer que las interacciones verbales e icónicas en una pantalla bastan. Pues no es así, no bastan y en muchos casos restan mucho; tener amigos es poder convivir con ellos con la intervención de todos los sentidos. Bajo el imperio del individualismo atroz en el que vivimos no me parece que exista un acto más radicalmente subversivo que el de volver a esas formas básicas del encuentro entre personas: la conversación, el convivio, el café, la copa, el viaje o la práctica deportiva, entre otras muchas posibilidades.
Lo más sorprendente de la amistad verdadera es que no persigue beneficios personales. No hay interés más allá de la gratuidad de la presencia; ciertamente los amigos se hacen mutuamente favores, pero esto no ha de implicar una correspondencia obligada, como sucede en los contratos comerciales. Cuando ocurre es como consecuencia de las circunstancias vitales de alguno de ellos, porque el auxilio es comprendido como una extensión del propio ser que se proyecta hacia otro que entra en escena para ayudar a llevar una carga demasiado pesada. La amistad es participar de otro ser de un modo tan íntimo y luminoso que no puede sino ennoblecernos como especie. Por su honda naturaleza, la amistad está fatalmente condenada a ser escasa, aunque siempre honda. Tenemos pocos amigos y esos pocos amigos que tenemos suelen ser duraderos, se extienden con nosotros por la vida, aunque nos separen enormes distancias geográficas. Cuando nos reencontramos con ellos ocurre una prodigiosa contracción del tiempo y todo parece continuar con una tersura familiar. No olvides esto nunca: tus amigos son una de las formas más sutiles y cálidas de la felicidad.