Resurrección

Toda la noche escuché llover.
Fue una lluvia mansa, invariable,
casi un susurro de agua
cayendo desde las altas
cúpulas del bosque.

Usted sabe bien, seguramente, cómo es
tenderse a solas, cansado y feliz,
para sentirse vivo y que
de pronto estalle un aleteo
de raíces lejanas,
un fermento de musgo,
un perfume de barro
como eco profundo
de la vida.

La lluvia es un milagro que se hace a sí mismo,
un reloj de lágrimas, un mensaje que nada dice,
que todo dice,
una memoria líquida y sonora,
un puente que nos transporta
hasta algún lugar remoto y sagrado.

Escucho la lluvia con el embeleso
de un hombre antiguo.

Amanecí hoy, cómo decirlo,
más que feliz, florecido.
Tengo los ojos limpios
y el corazón en paz:
la lluvia ha obrado
en mi carne y en mi alma
sus prodigios trasparentes.

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