No rechaza la tierra que respira
ni desprecia el gusano que lo besa
hasta su desaparición.
Es paciente, no se mueve;
no se queja de comer lo mismo
todos sus días.
no sufre de soledad
y menos de claustrofobia
-espero-.
Sin embargo sí se lamenta de algo:
De no tener voz.
Porque la voz es aliento,
un movimiento que
a la mañana bendice
y al caer la noche maldice,
o desdice
o contradice…
y el muerto no tiene eso.
No dice nada.
El último aliento lo lleva atrapado entre los huesos,
y vive con el temor
-el muerto que vive-
de que el gusano lo encuentre.
Eso es el infierno:
Los sin voz.
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