Un individuo acude a terapia no sólo por él, sino por el entorno inmediato que tiene el mismo dolor. Es un agente de concienciación y cambio para él y para el entorno. Tiene una iniciativa que es social y política. Su responsabilidad es la evolución de todos. Su herida, es la herida del otro, del tiempo herido y del planeta herido. Si logra sanar, sana también el tiempo, su entorno y el planeta.
Jean-Marie Delacroix
El Joker me fascinó, es una película que te hace pensar y que puede hacerlo en distintos ángulos. A mí, por ser psicóloga, me ha hecho reflexionar en la salud mental y sobre una de mis grandes pasiones, la psicoterapia.

Casualmente en estos días llegó a mis manos el libro El don de la Terapia, de Irvin D. Yalom, autor de la famosa novela El día que Nietzche lloró. El autor es hijo de padres rusos, doctor en medicina, psicólogo de profesión y profesor de psiquiatría en la prestigiosa universidad de Stanford; su libro me recordó algo que viene inquietándome: la dificultad que las personas tienen para pedir ayuda y lo difícil que a la sociedad actual le resulta brindarla, al menos la ayuda que realmente necesitamos.
El autor describe su libro como una carta abierta a una nueva generación de terapeutas y a sus pacientes, plantea que quiere pasar a otros lo que ha aprendido, pero está consciente de que ofrecer consejo e inspiración a la siguiente generación de psicoterapeutas es problemático debido a la gran crisis en la que se encuentra nuestra profesión. Primero, está el hecho de que el sistema de salud en crisis que gestiona cuestiones económicas e impone tristemente una modificación radical de los tratamientos psicológicos. Así, las personas, en medio de toda la gama de abanicos y opciones que se presentan como soluciones a sus males, prefieren lo que resulte más práctico, fácil y económico y entonces la psicoterapia está obligada a modernizarse, es decir, a resultar más económica y por consiguiente breve, superficial e insustancial. Una de las cosas de las que se quejan las personas es la dificultad para acceder a un servicio psicológico de calidad y a buen precio, algunos se atreven a plantear –incluso los mismos psicólogos- que es un servicio excluyente porque solo existe para quien puede pagarla, curiosamente esto no lo dicen del iPhone, de una educación privada o de lujos, como viajes o pasatiempos costosos, para los que muchos hacen sacrificios para poderlos obtener, aunque asumimos que no todos son de primera necesidad, y es que generalmente ir con un psicólogo se nos hace caro, algunos piensan que es un lujo que no consideran una inversión y para colmo los servicios gratuitos de salud ofrecen atención de muy baja calidad y, como sucede en la película, ante recortes de presupuesto siempre se eliminará de las prioridades, incluyendo que los sueldos de los psicólogos nunca se equiparan a los de otros profesionales de la salud.

La película es un fiel reflejo de cómo por más que intentamos huir del sistema, terminamos convirtiéndonos en un producto suyo, lo queramos o no. La salud mental y emocional no es un asunto ciento por ciento privado, ya que la responsabilidad social y comunitaria que implica el que nos ocupemos de estar bien, no es un problema que solo nos afecte solo a nosotros, puesto que lo hagamos o no repercutirá en otros, tanto en quienes están cerca como en quienes no lo están. El impacto que tenemos en la vida de otros no es voluntario la mayor parte del tiempo, la historia de nuestra existencia no es algo que nos incluye solo a nosotros, hay muchos más incluidos y, sin proponérnoslo, estamos en sus historias como la película nos lo muestra todo el tiempo.
El no ocuparnos de nuestra salud mental y emocional nos convierte en carne de cañón para el sistema que con sus causas e ideologías nos puede crear problemas y soluciones que nada tienen que ver con nuestra naturaleza. La verdad es que ya ni siquiera nos interesamos por averiguar qué es lo que necesitamos como seres humanos, e intentamos dar solución a situaciones emocionales desde ámbitos que no le competen. Por ejemplo, tenemos el divorcio, en donde un asunto emocional termina convirtiéndose en un problema visto únicamente desde la perspectiva legal, y un juez con abogados tiene que solucionar algo que las parejas también debieran resolver en el consultorio de un psicólogo, ya que a la ley no le corresponde arreglar problemas de comunicación, de codependencia o de dificultad para construir y mantener vínculos.
Actualmente muchos problemas emocionales intentamos resolverlos creando leyes, inventando causas que disfrazan carencias o conflictos que traemos sin resolver, estamos proyectando en asuntos políticos y legales cuestiones personales que debieran resolverse de forma particular. Es increíble la forma en que una dificultad en el entorno familiar, la falta de autoestima, por mencionar algunos problemas, como en el caso de la película, pueden derivar en un resentimiento social dirigido a otros ciudadanos y al sistema, visto como una figura paternal que nos traerá las soluciones que nosotros mismos no hemos podido gestionar porque ni siquiera nos hemos ocupado por saber cómo llegamos a ese punto y en averiguar cómo funciona nuestra naturaleza. En la película, Arthur Fleck quiso recibir ayuda, el problema es que esa ayuda proveniente del Estado será dada en la medida de lo que él considera que necesitas, y eso muchas veces no coincide con la realidad.
Cuando me preguntan quién necesita la terapia, siempre contesto que la necesitamos todos, y es que a pesar de que la película nos la presenta como una herramienta exclusiva para un trastorno mental, la realidad es que el apoyo psicoterapéutico enfocado desde una perspectiva existencial es una opción para todas las personas. Cuando la gente me cuestiona que corriente manejo, confieso que se me dificultaba darle un nombre, con el tiempo me enfoqué a la terapia existencial, y descubrí que, habiendo estudiado una maestría en filosofía, mis sesiones definitivamente tienen un enfoque más profundo y enfocado a asuntos existenciales que todos en algún momento intentamos resolver.

Otra de las cuestiones que plantea Irvin D. Yalom, es que no pierde la fe en que en el futuro una generación de terapeutas provenientes de una variedad de disciplinas , (psicólogos, consejeros pastorales, filósofos clínicos ) continuarán consagrándose a una rigurosa formación y encontrarán pacientes deseosos de un crecimiento y un cambio profundos y dispuestos a realizar un compromiso de final abierto con la terapia, advierte que es justo para estos terapeutas y para estos pacientes que escribe su hermoso libro El don de la terapia.
Para mí, la terapia es un “encuentro”; alguna vez escuché que es el encuentro de dos almas, lo que es curioso porque “psicología” es justamente lo que significa, “tratado del alma”, pero no desde una perspectiva espiritualista como muchos quieren hacerla pasar, sino desde un enfoque filosófico en donde el alma es aquella esencia del hombre en donde radica su razón y todo aquello que lo define y lo hace persona.
La filosofía se convirtió en mi herramienta, porque es desde la naturaleza del hombre donde empecé a observar nuestras carencias que se convertían en conflictos psicológicos que eran el síntoma de algo más profundo y de pronto me encontraba en mis sesiones hablando del sentido de la vida, o intentando ayudar a responder la inquietante pregunta “¿quién soy?” y, como bien menciona Yalom, terminamos enfocándonos en lo que él llama “preocupaciones últimas” y que se vuelven relevantes en la psicoterapia: la muerte, el aislamiento, el sentido de la vida y la libertad.
El Joker se queja de falta de empatía, se harta de esa invisibilidad que experimenta, fruto de la indiferencia. Es a través de estos encuentros que nos remiten a vínculos que nos rescatan, como escribí en mi artículo “Del amor y otras discapacidades”, que se podrá salir de esta invisibilidad, pero como planteo es evidente que la gran mayoría tenemos esa dificultad y como sociedad no podemos ofrecer una mirada al otro que pueda rescatarlo y entonces no reconocemos su humanidad y terminamos convertidos en meros objetos, muchas veces hasta antes de nacer.

“La psicoterapia no es un sustituto de la vida, a diferencia de lo que muchos creen, la relación no es un fin, sino un medio para un fin, la intimidad de la relación terapéutica cumple con muchos propósitos, provee un lugar seguro para que los pacientes se abran lo máximo posible y más aún, les ofrece la experiencia de ser aceptados y comprendidos tras una profunda apertura o revelación y enseña la habilidad necesaria: el paciente aprende aquello que es necesario en una relación íntima, y aprende que la intimidad es posible, incluso alcanzable”, señala Yalom.
Es importante aclarar que existen muchas corrientes en psicoterapia, no todos los psicólogos manejamos la misma postura, y cada uno crea su propia forma y método muy particular. En la relación psicoterapéutica es mi propia persona el instrumento de trabajo, e independientemente de que exista una técnica, el método es personalizado por que partimos de que cada individuo es único (incluyendo el psicólogo) y todas las situaciones se viven y experimentan de forma muy personal. De esta relación que se construye y de este vínculo que se crea depende el éxito o fracaso del proceso, por lo que son elementos esenciales de la cura terapéutica.
Vivimos tiempos extremadamente complejos, pero a pesar de que el mundo cambia, los conflictos existenciales que la humanidad ha vivido siguen siendo los mismos, pues esos nunca cambian. Leer a Aristóteles, a Descartes, a San Agustín y a Dostoyevski por mencionar algunos, me lo confirma, así como los problemas que veo a diario. El detalle está en que nos quieren hacer creer que estos conflictos cambian y pareciera que lo que antes necesitábamos ya no es esencial y nuestra escala de prioridades humanas se modifica. Pero como Arthur plantea, en ese dolor del que no puede desprenderse lo peor que puede pasarnos -padeciendo un trastorno mental o existencial-, es que la gente te trate como si no lo tuvieras. Y eso es a lo que yo llamo evadir la realidad.

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