Dime, ¿pensaste el silencio?
No, sólo llegó, con su
canasto de margaritas y las
puso detrás de mi oreja.
Y… ¿todavía las tienes?
Sí, pero ahora van detrás
del corazón, que la soledad no se
ve bien a simple vista, o ¿qué dices?
Cierto, una vez la llevé
a dar una vuelta a la plaza
y la gente vociferó: ¡inmoral,
libertino e indecoroso!
Por qué anda
con tal dama desnuda.
Cierto, eso suele suceder
cuando la llevas de frente,
y cómo soportar tanta libertad,
cómo hacerles ver que tanta
soledad es presencia de sí.
No lo sé, quizás
hay un miedo de sí
en lo más profundo,
algún temor de ser mordido
por el propio diente.
Pero soledad sólo quiere unas
cuantas charlas para decirte:
mírate, que esto eres.
Lo sé, pero está lo que
pienso que soy, lo que
realmente es. ¿Estará listo
el ser humano para tal
desnudez, ante tal espejo
que vocifera realidades y
no tan solo un reflejo?
Dímelo tú, estás hablando
con tu espejo.