En la oscuridad luminosa del Getsemaní todo está listo:
el traidor se remuerde en su muerte de plata,
Kefas se desmorona,
el cáliz está servido,
y tú tiemblas.
Los ángeles buscan sostenerte,
pero atraviesas el valle de la muerte;
el súper hombre se regodea en la muerte de Dios,
sin embargo todos morimos con él,
en la muerte de la muerte.
¡Locura, locura!
Tú eres el Hijo que no desciende de la cruz.
¡Qué doloroso pan, qué terrible banquete!
pero qué fuerte es tu amor
por nuestra humanidad desconfigurada.
Calló tu predicación.
La palabra cesó en le hierro de tus heridas,
ahora tu cuerpo habla el misterio más profundo:
El Verbo se hizo carne, habitó entre nosotros
y se derramó en todo y en todos.
La cruz es manifestación del que permanecía escondido.
¡Qué extremo acto de obediencia!
¡Qué extrema negación del poder!
No eres un Dios imperturbable,
ni tan lejano que las estrellas no te puedan tocar;
parece que vives del dolor
pero fue tu espina a cambio de la nuestra,
tu dolor a cambio de nuestro dolor.
En el jardín del Edén
Eva y Adán probaron el fruto de la corrupción;
en el jardín del Getsemaní
se nos dio el fruto de nuestra restauración:
Jesucristo, el obediente,
humildad de Dios-Hombre.