¿Qué hacías tan solo, tan tú,
con toda tu divinidad,
pero solo en una piedra
hablándole a la sangre?
Y la sangre permaneció muda,
el cáliz se llenó,
se desbordó de odio;
¿quién bebe todo eso,
toda esa debilidad,
y puede seguir viviendo?
La cruel serpiente susurró,
volvió a cantarte como a Adán y Eva;
se desenrollaba de la cruz ausente de ti;
besaba tus manos,
el lugar donde lloraría tu costado.
¡Este era el momento oportuno!
El día en que volvería,
que traería la ponzoña de la cobardía,
la salida fácil,
ausencia temporal del dolor,
la cura a tu soledad.
Estabas tan solo;
era la noche tan tranquila,
luna llena sin sangre
una oscuridad tan dolorosa
que no había perros
que le ladraran al silencio,
y yo me sigo preguntando:
¿Qué hacías tan solo?