¿Qué relación guardan el deseo y la esperanza?, ¿cuál es la importancia de comprender nuestro origen?, ¿cómo entender la tradición más allá de un concepto fijo y anquilosado? Juan Villoro, reconocido escritor mexicano, comparte una lectura de ciertas palabras cristianas, pasando por Juan el Bautista, Kierkegaard y Jesucristo.
Un encuentro breve con Juan Villoro en el Centro Cultural Elena Garro de Coyoacán, en la Ciudad de México, bastó para entablar una interesante charla sobre ciertas palabras cristianas que tienen consonancia con algunas de sus ideas plasmadas en los ensayos que componen el libro La utilidad del deseo, publicado por Anagrama. Con libertad, Villoro expuso que la figura de Jesucristo puede ayudar a mirar a las víctimas de violencia.
En su libro La utilidad del deseo hay algunas palabras que se acercan a la experiencia cristiana. Usted recupera una expresión muy interesante de los hermanos Grimm, que dice “entonces, cuando desear todavía era útil…”. El deseo es una palabra fundamental para comprendernos y para reconocer a Cristo: el deseo de belleza, de felicidad, de justicia y de bien nos constituye. Tanto en la literatura como en la vida, el deseo parece estar relegado a un ámbito totalmente subjetivo y sin embargo pone en marcha toda nuestra vida, lo que demuestra que en realidad está enmascarado. ¿Usted cree que en el debate cultural actual se deba recobrar justamente esta utilidad del deseo, especialmente frente a los desafíos que vive México como la violencia y la corrupción?, ¿deberíamos contagiar este deseo como afirma en su libro?
Yo creo que sí, en la medida en que el deseo es esperanza. Yo creo que es muy importante que nosotros nos planteemos objetivos, que no necesariamente son tangibles, que no necesariamente están a la vista, pero que en el futuro nos pueden parecer realizables. Entonces, yo creo que no hay posibilidad de cambio ni de mejoría sin la esperanza de que esto ocurra.
El tema de la esperanza es muy interesante porque no es algo que nosotros podamos siempre tener, a veces faltan motivos para la esperanza. Entonces, la esperanza también es una construcción, es algo que construimos entre todos, eso es algo muy importante, tan importante como cambiar la realidad es primero construir una expectativa para cambiar la realidad.
A mí me parece muy importante, por ejemplo, en el Evangelio la imagen de san Juan Bautista a orillas del río Jordán. Él está bautizando a quienes ya son justos por el hecho de haber sido bautizados; todavía no tienen un Mesías, pero ya pertenecen a una comunión de los que creen que las cosas pueden cambiar y eso cambiará, de acuerdo con la buena nueva de los evangelios, con la llegada de Jesús. Pero antecede a Jesús la esperanza de que eso ocurra cuando ya están los justos que ya han sido bautizados, por eso a mí me parece muy importante recordar, por ejemplo, esta imagen en el tercer domingo de Adviento, antes, justamente de la Natividad, porque no ha llegado Jesús, no es Navidad todavía, pero ya hay una cofradía de los justos que lo esperan. Entonces, esa es la construcción de la esperanza. En términos sociales, laicos, tiene que ver con crear esa comunidad de justos que ya están apostando a un cambio diferente.
En su libro evoca los Caminos del bosque de Heidegger, quien dedicó su vida a indagar el problema del ser, el origen de donde fluye todo, para usar una expresión de Heráclito. Parece que el origen es algo que sólo debe interesar a los filósofos o a los historiadores, pero no resulta demasiado práctico para la vida social. Incluso en la misma Iglesia parece que se ha olvidado el origen y le interesan otras cosas, como ha denunciado Eliot en Los Coros de la Piedra, ¿para qué sirve volver al origen cuando todo el mundo, partiendo el ideal ilustrado del progreso solo quiere ver hacia el futuro?, ¿es que no hallamos formas para vivir el presente?
Yo creo que todas las historias inevitablemente remiten hacia un final y el final de todas las cosas es para nosotros la muerte, sabemos que hay en la vida humana un horizonte acotado, pero no podemos nosotros concebir una historia exclusivamente a partir de un desenlace, y más un desenlace que implica una aniquilación. Yo creo que justamente la cultura surge como la necesidad de imponer un relato, de nosotros poder estructurar nuestra vida y poder dotarla de sentido a través de una narración y todo relato debe tener un origen, debe tener un principio. Entonces, remontarnos al origen es ser capaces de contar un relato. Dice Kierkegaard una cosa muy interesante, la vida se vive hacia adelante, pero se entiende hacia atrás. O sea, solo en retrospectiva se entiende la vida y necesitamos conocer el origen de cada una de nuestras narrativas. Este origen en ocasiones puede ser doloroso, puede ser difícil, pero yo creo que es absolutamente necesario para saber quiénes somos.
Quien niega su origen, lo decía Santayana, está condenado a repetirlo, no sabes de dónde vienes, entonces puedes hacer exactamente lo mismo sin saber lo que estás haciendo. Yo creo que es muy importante que nosotros podamos entender cuál es nuestro origen, el de la cultura, de la religión, de las obras. Todo esto es muy significativo.
Yo estuve en un seminario que daba Harold Bloom, en la universidad de Yale, y en ese seminario él trataba como tema fundamental la originalidad en Shakespeare. Originalidad y origen tienen un término común. Y él decía: es muy fácil entender hoy en día que Shakespeare es importante porque nos parecemos a sus obras de teatro, podemos decir, incluso sin haber leído a Romeo y Julieta que unos muchachos jóvenes que tienen amores más allá de lo que piensan sus familias son Romeo y Julieta. Pero es muy difícil remontarnos al momento en que esto no existía. El mundo no era shakespereano y esto empezó a suceder, ¿por qué Shakespeare es original? No porque es clásico, ¿por qué es original? Si entendemos por qué es original vamos a entender después el porqué es clásico. O sea, es la historia que debe tener ese comienzo.
En su libro dice: “la tradición, tanto colectiva como individual, se mantiene abierta, no admite una noción de clausura como algo ya sucedido, al preservarse cambia y se modifica hacia atrás”. Esta idea es especialmente es pertinente en la Iglesia católica, una comunidad humana que muchas veces se resiste a la tradición , pero por otra parte la tradición cristiana se pierde en una sociedad herida. Goethe decía en Fausto: “aquello que has recibido de tus padres has de ganártelo para que sea tuyo”, ¿usted coincide con esta postura?, ¿qué condiciones se deben dar para recuperar la tradición?
Yo creo que más que recuperarla como algo inmanente que ya existió y que siempre es igual, la tradición revive el presente y la entendemos de distinta manera a medida que va cambiando el tiempo, entonces, la tradición no está totalmente muerta. Hay cosas que se han olvidado y se rescatan, hay cosas que parecían muy importantes y se olvidan, hay cosas que se olvidaron y se vuelven a rescatar. Entonces, la tradición está en disputa. Nosotros podemos hoy, de pronto, remontarnos y decir ‘mi tradición viene de Benito Juárez’, es decir, un político se remonta a Juárez para legitimarse en el pasado, pero otro se puede legitimar con otra figura diferente, entonces la tradición al algo que nosotros tenemos que vivir desde el presente y que tiene nuevos significados.
Volviendo a la idea de Jesús y el presente que vivimos nosotros, si yo entro hoy en día a una Iglesia católica yo debo entender que estoy entrando a la casa de un desaparecido, porque Jesús es un desaparecido. Es alguien cuyo cuerpo fue arrojado a una fosa común y se le priva el derecho a una sepultura digna. En el momento que estamos viviendo nosotros, de herida, de fosas comunes, la casa común de todos ellos, debería ser la casa de todos ellos. Esa es una lectura desde el presente que revive el sentido de la tradición muy fuerte. Tal vez en otras épocas este hecho no era tan significativo o no lo debíamos poner en valor de manera tan fuerte. Me parece, en la lectura que yo hago de los evangelios, que eso debe estar presente. Y eso es una manera de revivir, digamos, la tradición, ajustándola al presente sin transformarla. Nos habla de otra manera ese pasado con renovada frescura. Yo creo que ese es el ejercicio que debemos hacer continuamente.
Un comentario en “Juan Villoro: sobre la esperanza y Jesucristo”