En memoria de san Juan de la Cruz, místico, doctor de la Iglesia y patrono de los poetas.
I
Oh Cazador cautivo,
cuya prisión es caza y es careza,
decidme, Fugitivo,
¿será que sois mi presa
o yo la presa de la caza vuesa?
II
Si caza, ¿qué saeta?;
si cazador, a qué asestáis, severo,
aquesa flecha inquieta
que pende del madero,
pues sois la flecha que tensáis, Arquero.
III
Si presa, qué celada
os tiende aquel que ostenta cautivaros
quel alma aprisionada
acaba, por buscaros,
¿cuán más haréis de aquesa al apresaros?
IV
Decid, si sois herida,
en dó vertéis la sangre derramada
quel alma dolorida
dejáis, avergonzada,
por vuesa mansedumbre mancillada.
V
¿Con qué soberanía
trocáis la desazón en fermosura,
si os miro todavía
saciado de amargura;
aunque saciáis el alma de blandura?
VI
Ya veis con qué delicia
os miro, sin miraros a los ojos,
si bien, al juicio vicia
el celaje de arrojos
que viéndoos carente de despojos.
VII
Dulcísimo Cordero,
¡oh Prístino Manjar de los manjares!,
de amor, herido, muero
penando entre cantares,
cual asolado ciervo en los pinares.
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