Dedicamos mucho tiempo a muy distintas tareas, así ha sido siempre, desde que éramos niños; primero, si mal no recuerdo, jugábamos durante horas, y lo hacíamos “profesionalmente”, dedicándole toda nuestra atención y todo nuestro empeño. Jugar era un asunto muy serio.
Después llegaron los días de la escuela y si no fuimos, como creo que no -porque me estás leyendo-, muy flojos, pues tuvimos que pasar años y años aferrados a nuestras obligaciones académicas: anotándolo todo, aprendiendo, discutiendo; en otras palabras, formándonos intelectualmente para conseguir sobrevivir en un medio ambiente de alta competitividad como sin duda alguna es este mundo en el que vivimos.
Entonces llegamos a la adultez y tuvimos que incorporarnos a la fuerza laboral, tratando de destacar y de seguir aprendiendo mientras los años pasaban y poco a poco fuimos encontrando acomodo en ese campo de batalla que va de las 9 a las 5 y en el que abunda y sobreabunda, además de la ya mencionada competencia, la abierta animadversión y el sabotaje.
Pero, ¿dónde hemos quedado nosotros? Parece que siempre hemos sido las piezas de un juego en el que participamos, meros engranajes de una realidad que nos condiciona a actuar de determinadas maneras. ¿Y la libertad, el libre albedrío, la voluntad, la creatividad, la fuerza interior? Todo eso parece estar subordinado a designios más elevados y aparentemente más urgentes.
Es terrible porque, si no te has dado cuenta, has dejado de vivir y has depositado en manos de no sé qué oscuras y ajenas intenciones tu vida entera. La vida no es lo que hacemos solamente, es lo que queremos hacer y hacemos con emoción y pasión, con entusiasmo y entrega.
Nos hemos olvidado de nosotros mismos, no nos enseñaron jamás a hacernos cargo de nuestra existencia; fuimos hijos de una generación industrializada que veía a los estudiantes como futuros trabajadores-esclavos, simples porciones reemplazables de una maquinaria que no se detiene nunca. No fuimos educados, fuimos entrenados, que es muy diferente y que es, sobre todo, muy trágico.
La revolución tecnológica de comunicaciones ha representado una de las mejores oportunidades de liberación que el ser humano ha tenido jamás en su historia: vivimos en un tiempo de saberes y prácticas, de posibilidades absolutamente infinitas derivadas de nuestra capacidad de asociarnos para aprender y comerciar, para educarnos y compartir a pesar de la distancia.
Hoy mismo puedes liberarte cambiando de conciencia, asumiendo tu adultez libre y responsablemente, entendiendo que en el mundo de hoy no hay más división que la que nos plantea el conocer o el desconocer, el conectar o desconectar, el asumir nuestra pertenencia planetaria por vez primera como algo más que un concepto abstracto, como una realidad que se encuentra, literalmente, al alcance de un click.
Edúcate, comunícate y participa siempre, solo así serás una persona a la altura de tu tiempo.
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