En periodismo solamente se pueden conocer las cosas de dos modos básicos: porque vimos el hecho o porque «alguien» o «algo» nos lo dijo. Lo primero es una «vivencia», algo que le ocurre a mi yo y me convierte en testigo y lo segundo puede ser un «testimonio» (algo que dijo otro testigo) o una «evidencia», términos que pueden englobarse bajo el concepto de «fuente».
Kapuscinski, en Los cínicos no sirven para este oficio, dice que hay que ser amigo de las fuentes, es decir, de alguien a quien conozcamos, que nos sea familiar, alguien de quien podamos fiarnos para poder obtener los datos que nos servirán para contar nuestra historia.
Giussani, en ¿Se puede vivir así?, aborda el tema del testigo para hablar de la fe y dice que hay personas de las que uno puede fiarse (como Carlo, quien le asegura que hay en el salón de clases una chica que no alcanza a ver) y personas de las que no hay que fiarse (como un enemigo), y añade que es razonable creer en unos, pero en otros no.
C.S. Lewis plantea el mismo problema en El león, la bruja y el ropero, cuando Lucy le dice a sus hermanos que hay otro mundo detrás del armario y éstos la acusan con el profesor que los acoge en su casa y la tildan de loca, de chiflada, pero él los cuestiona: «¿Lucy ha mentido antes?». No. «¿Y si no ha mentido, ¿por qué desconfían de ella?», les cuestiona.
Un ejemplo más del tema del testigo está en Pinocho: el ingenuo niño de madera se fió del Gato y el Zorro, sin conocerlos, confió en ellos de buenas a primeras, sin saber que eran unos estafadores. El final lo conocemos: le robaron su dinero haciéndole creer que si lo sembraba en el país de Aquí Pierdes Todo crecería un árbol de billetes. Pinocho renegaba de la escuela, que representa el lugar donde la persona se educa, por tanto, no había aprendido a usar la razón y no pudo saberlo.
Todos somos testigos de un país que se desangra y tenemos también evidencias de ello. ¿A dónde mirar?, ¿en quién confiar para reconstruir? (lo curioso es que sí hay pa’ donde hacerse).