Algunas perspectivas sobre la última versión cinematográfica “Mujercitas”
Ver durante toda la película las manchas de tinta en los dedos de Jo, fue un golpe visual lento que se convirtió en una amable sugerencia que consideré importante compartir. Ante tal símbolo me quedó una convicción: no era la marca de un oficio, como es el de ser escritor, sino el sello de la lucha perseverante del afianzarse a la vida, ésta que se construye de sueños; de los alcanzados y de los que no.

Cuando me decido a escribir sobre alguna película es siempre porque algo en mí ha suscitado. Estoy muy lejos –en capacidad e intención- de ser un cinéfilo o alguna suerte de crítico del séptimo arte. Pero, precisamente porque al cine lo considero arte, antes que un producto, me permito escribir para poner al descubierto lo que en lo interno de mi persona una producción cinematográfica logra propiciar en mí, precisamente porque es arte, o sea “capaz de deshumillar los más íntimas oscuridades del ser humano”, de darles luz y voz, como lo definió alguna vez María Zambrano.
Ante la conmovedora escena en la playa de Jo y Beth, las jóvenes hermanas March, quienes dialogan sobre lo fascinante de escribir y leer lo que se escribe, surgió en mi la idea de pronunciarme y tomar distintas voces para expresar lo que probablemente tanto se dice pero poco se reflexiona a la luz de la conciencia y al juicio del sentido común. Beth, enferma y –no obstante su corta edad- consciente de su muerte inminente, dice a Jo, su amada escritora y admirada hermana, que debe continuar escribiendo para compartir su gran talento literario, incluso después de “irse” de este mundo.
La inminente partida de la frágil Beth ella misma la define “como la marea (que miraban y escuchaban en esa playa fría), que se retira lentamente pero no puedes detenerla”. Sin duda, la historia escrita y la cinematografiada, dejan en claro la importancia de la literatura por su valor duradero, trascendente y transformador. Sin mencionar el ya supuesto poder de traer a la realidad las intuiciones más íntimas y darles presente a las vivencias pasadas. Dar realidad a lo imaginado.
Ayer miré por segunda vez “Mujercitas” (Little women, 2019, EUA, de la directora Greta Gerwing) esta vez en Italia, con el nombre de “Piccole donne” obviamente con doblaje a la lengua italiana (exquisito trabajo por cierto) sólo por el gusto de volverla a disfrutar y por el placer inexplicable de escuchar la misma historia narrada bajo expresiones de otro idioma, lo cual obviamente te mete irremediablemente dentro de una forma cultural distinta, dando a la historia siempre un toque particular que en mi gusto personal se disfruta mucho. La había ya visto los pasados días en España, con doblaje castellano particularmente español que como mexicano, sin exagerar, casi se experimenta como otra lengua.
La cinta que sabemos no es ni la primera y –ojalá- tampoco la última, es sólo una entre aquellas que han surgido de la fascinante novela escrita por Louisa May Alcot en 1869 bajo el nombre de “Little women” que desde la época se ha convertido en un clásico de la literatura moderna que jamás pasa de moda. Debo decir con honestidad que esta historia fue el primer libro que leí en mi vida cuando era un niño de apenas 10 años de edad, habiéndomelo regalado de entre sus pertenencias una tía a quien aprecio mucho y quien me daba perspectivas particulares de su propia lectura para enriquecer la mía.



Puedo decir también que gracias a esta fascinante historia, me estrené en la vida como “productor” cuando en la educación secundaria, para la clase de Español y Literatura monté con cuatro de mis compañeras, la historia de las hermanas March para la realización de un sonolibro, que en aquel entonces se tenían como una gran novedad. Sería presuntuoso decir aquí la belleza de calificación que obtuve por dicho trabajo que a decir verdad no se compara con los maravillosos recuerdos que tengo aún presentes de aquellas tardes en las que repasábamos los guiones (que yo mismo realizaba) y, de frente a una antigua grabadora registrábamos cada una de las escenas. Desgraciadamente no cuento ya con ese viejo casette que guardaría todos estos recuerdos.
He de decir que experimenté no poca fatiga con el ir y venir en el tiempo de la narrativa del film, cosa que ha desatado el disgusto en tantos que, conociendo la historia, discrepan de la forma de llevar el hilo conductor narrativo de la historia original y que las producciones anteriores han respetado al pie de la letra. Entiendo que los tiempos cambian y con ello también la forma de hacer cine, que las generaciones actuales vienen ya con un desarrollado sentido de percepción de narrativas que Hollywood ha configurado por décadas y que hoy en día permiten –y sólo así- que las generaciones jóvenes tengan un feliz acceso a los clásicos literarios y a las historias de época. Creo que es un buen acierto de la nueva producción cinematográfica.

La historia de las hermanas March: Meg (Emma Watson), Jo (Saoirse Ronan), Amy (Florence Pugh) y Beth (Eliza Scanlen) es compartida fielmente por la cinta como la historia que todos hemos leído. Historia de las alegrías y sinsabores de cuatro jovencitas, hijas de un activista militar en tiempos de guerra que lo hace alejarse de su tierra y de su familia para servir a la nación. Cuatro vidas que apenas comienzan y que se enfrentan al dolor que trae la pobreza por causas sociales en tiempos de guerra, pero a la vez que van descubriendo el valor de los lazos de sangre que serán inspiración y aspiración para configurar aquellos de amistad y de amor que definirán el curso último de sus vidas.
Es la historia que ha pasado por el tiempo y por las aulas escolares, lo mismo que por las librerías y las generaciones como un clásico literario que jamás pasa de moda y que es casi obligación ritual compartirlo con aquellos a los que deseamos transmitir la importancia de lo que verdaderamente vale en la vida. “Mujercitas” es una bella forma de hablar del valor y la defensa de la mujer, sobre todo aquella que lucha por sus ideales sean los que sean. “Mis ideales por ser diversos a los tuyos no son de menos valor” le dice tiernamente Meg a Jo en el momento previo a su matrimonio.
Tengo por importante dos elementos que quiero destacar.
El primero es el del protagonismo compartido de las cuatro hermanas March, un protagonismo hermanado al punto casi de ser una figura compleja y completa de la realidad de la mujer: su ignorado y difuso papel en el arte, ya no sólo como modelo e inspiración sino como creadora. Cada una de las jovencitas encarna un deseo profundo de una sociedad que soñaba en sus mujeres tener presencia en el mundo del arte. Presencia verdadera, belleza pura, creacional. Meg es la actriz, sujeto operativo del teatro y el cine. Sus sueños de serlo son intercambiados por la realidad de la vida del hogar. Prefiere pacíficamente adherirse al rol femenino de todas las épocas; ser madre y esposa, pero reservando aquella vanidad que no será más un pecado capital, sino una cualidad femenina que su mismo marido alagará con sumo respeto y amor. Amy es la ordenadora del color, la pintora que dibuja sus sueños tan alto que se ve forzada a despegarse de los suyos por un periodo nada corto. Es la que, por su sueño, deberá adaptarse a las formas de la época y exigirse a sí misma mucho más que su talento apasionado para la pintura. Beth, la pianista, la que transmite en su callada persona el silencio de la timidez y lo estruendoso del poder musical. Es la que cautiva con su bondad extrema. La que muestra la fragilidad humana de lo femenino en su enfermedad y muerte, desgaste y límite humano, precisamente por donarse toda al servicio de los que lo necesitan.
Y Jo, a la que siempre le hemos dado el protagonismo de la historia, (o al menos así quiso la escritora desde siempre) es la que escribe. La que desafía las reglas establecidas para lo femenino y sus formas. Debía ser y no otra forma de arte, sino la literatura el calificativo virtuoso de Jo, porque es la literatura la que más ha dado testimonio de la liberación del ser humano y la única capaz de hacerlo trascender en este mundo. Todos irremediablemente nos sentimos identificados alguna vez con Jo, la rebelde y escritora, la intrépida e irreverente, la frágil y decidida… pero también la que sabe que ha tomado decisiones precipitadas y debe aceptar resignadamente las consecuencias.
Personalmente, en este film debo reconocer que hubo una escena que tocó inesperadamente mis fibras más íntimas. Ver a Jo conmovida mientras la imprenta daba forma a su libro, el libro que la convertiría en escritora, me llevó inmediatamente a tiempos pasados cuando yo mismo viví esa magnífica experiencia. Exploté en emoción cuando vi que tenía por fin entre sus manos su primera creación. Me sentí ya no solo en este mundo, no por haber ya escrito algún libro, sino por ver –aunque en cine- que alguien vivió el mismo momento de gracia.

El segundo elemento es aquel del personaje de Laurie (Timothée Chalamet). Creo que el joven “pobre niño rico” es figura y modelo del hombre de todos los tiempos, hablando de la interacción con la mujer. Laurie es el que viene aceptado en el “club” artístico de las mujercitas por pacífico consenso común, pero esto sólo después de ser incluido en el calor de la familia, parte faltante en el joven que, aunque todo lo tenía en cuestión económica, añoraba el estrechar lazos afectivos dada su situación de huérfano.

La película actual me quedó a deber una frase que la historia contiene y que las otras producciones no olvidaron, aquella cuando el mismo Laurie confiesa que él desde el principio “estuvo enamorado de la familia March”, como admitiendo que ese amor y admiración fue desplazándose por cada una de las jóvenes y tomando expresiones diversas. Es a Meg que la amonesta por sus vanidades y aspiraciones superficiales, a Jo, con la que tiene una máxima empatía de “hermano a hermano” y a la que le confiesa su amor tempranamente. Es con Amy con quien encuentra su destino en matrimonio y a quien confesa tiene por la más hermosa cumpliéndole la promesa que le hizo desde que esta era una niña ante la amenaza del contagio de fiebre escarlatina: que no moriría sin ser besada (otra parte que me queda debiendo la película). Pero, ¿Y con Beth?. Es casi nulo el trato directo o recordar alguna situación entre ellos. No es la película, es la historia en sí. Beth, a mi parecer, es la parte oculta de Laurie. El símbolo de su difunta madre, quien viene venerada por su abuelo y tutor, el Sr. Laurence, quien la recuerda casi de manera idéntica por sus dotes frente al piano y su gran espíritu de bondad. Es en este anciano que viene más sentida la falta de la joven después de su muerte. Entre Beth y Laurie existe ese vínculo intimo e invisible de almas que se veneran en el silencio y el respeto, como debe ser el tributo a los seres amados que parten para siempre de este mundo.

Tenemos entonces en Laurie el prototipo de las maneras ideales del amor y trato hacia la mujer: el de la protección (Meg), la empatía de amistad (Jo), el amor erótico (Amy) y el respeto venerante (Beth). Desde mi perspectiva, la figura de Laurie es la pronunciación más feminista que tiene el film; sabia, sugestiva y pacífica. Tomando en cuenta que en los últimos años la protesta feminista gira en torno a lo masculino y la opresión que ejerce en la sociedad. Tristemente a veces más focalizado en la lucha y disminución de lo masculino que la promoción y difusión del potencial de la mujer.

Es cierto, la nueva película de “Mujercitas” es un canto feminista, justamente porque en sus personajes se revela una de las grandes verdades del ser mujer y de lo femenino: la libertad de elección. Se es mujer plena en la medida en que se elige desde la conciencia, no importa la opción que se elija. Ninguna opción vital por muy “liberal” o “conservadora” que las sociedades en turno las cataloguen debe ser considerada más valiosa o menor. Lo que hace a la mujer ser mujer es y será siempre la libertad de elección, ese es el mayor ideal feminista de todos los tiempos, o debería serlo, como Jo, que jamás borró los manchones de tinta de sus manos. En casa o fuera de ella, como hija, como hermana o como escritora, deslumbraba de ganas por vivir siempre eligiendo lo que su corazón le dictaba, acertando y equivocándose, siempre con ganas de vivir al máximo.

Leer y releer, ver y volver a ver “Mujercitas” en el cine, es sin duda ir una vez más a nuestras infancias, dar un clavado a los años tempranos de cada uno. Es también un retomar esa carga de inocencia y limpieza al mirar para enfrentar la realidad del presente, el terror de la actualidad. Por eso es placentera y jamás pasa de moda esta bella historia, porque es un retornar –casi un escape- a los tiempos en los que no se sufría ni había preocupaciones, como bien lo expresa Jo al resignarse a ver partir de casa a la primera de sus hermanas (Meg, al casarse) a la construcción de su futuro: “Que terrible es que la infancia haya terminado”.
