No aspavientos;
distraen la calma.
No llantos y quejidos;
ahuyentan la soledad.
Sin trompeta
ni gritos en las esquinas,
más bien con el dulce perfume del silencio,
la soledad del encuentro
y el secreto del alma.
Silencio, soledad y secreto
sin fermento de penitencia.
Aquí no hay polilla ni ladrón.
Los hombres no se convierten en cucarachas,
sino que son tal cual son.
Ahí se camina la aspereza
y no hay otros oídos que escuchen la orgullosa voz,
no existe la vanidad del aplauso
ni la falsa sonrisa callejera.
Solo está el silencio de Dios.
Ceniza me corre por las venas,
la voz de mi origen me reclama:
¡Hey tú! que quieres tener por centro,
más sabio que el fruto del árbol,
mira tus pasos, que te llevan
sin el Cristo a la tierra sin canto.
[Israel, 2020]