Para mí, estos días tan excepcionales, de estar con uno mismo y de trascendencia «forzosa», me muestran muchas cosas de manera clarísima, casi aplastante.

¿En qué pongo mi seguridad? ¿En el trabajo, en el tener dinero, en el afecto de los demás, en el conocimiento, en la salud…?

¿Es que hay algo o alguien que puede darme la vida, la felicidad, la seguridad, protección, bienestar? ¿Es que yo puede darle algo de ésto a alguien?

El embudo de las cosas necesarias y que podría pensar importantes se estrecha cada día más y en mi corazón sólo tengo clara una cosa: la importancia de la familia, de la fe, y del Amor.

Espero, a partir de ya, que todo aquello que realice, que vivencie, sea sobre estos tres pilares, que éstos sean la roca que sustente mi vida entera. Y que no pierda el tiempo en cosas fútiles, que me distraen de lo realmente importante.

Que cada cosa que haga refleje agradecimiento por el don de la vida, por aquello que tengo. Que pueda compartir lo que soy y lo que tengo, sabiendo que nada viene de mí, que todo es gratuidad y don, y que no pierda oportunidades para amar y dejarme amar por Él, mediante todo lo que me permite vivir y todas las personas que tengo alrededor.

«Hágase Tu voluntad», en medio de tanta desolación, soledad, enfermedad y muerte.

¿ Qué nos quiere decir este tiempo? ¿Qué me dice a mí, a cada uno de nosotros?

¿Qué puedo hacer, desde dónde me encuentro, desde lo que soy y tengo, desde lo que puedo?

Eso me pregunto ahora mismo, con un nudo en el estómago. Acepto que la realidad es ésta, es «imperfecta», inquietante, angustiosa y también intuyo que ésta realidad que hoy es casi insoportable es un antes y un después, tiene que serlo. Tiene que ser una oportunidad para crecer en la fe, la esperanza, en el amor.

Es tiempo favorable y urgente para la Trascendencia.

Hoy, ahora.