Mounier y su esposa Paulette fueron padres de Francisca, una niña afectada por una encefalitis, que produjo en ella severas secuelas. Aún con ello, sobrevivió cuatro años a su padre.
Él solía, durante sus viajes, mantener una relación epistolar frecuente con su esposa.
Anexo un fragmento de una de esas cartas, por su profunda belleza y para que nos ayude a vivir éstos días de recogimiento con una apertura al misterio que es la vida y la muerte, y lo que ocurre entre medias, incluidos la fragilidad y el sufrimiento humano:
«Qué sentido tendría todo esto si nuestra muchachita no fuera más que un pedazo de carne hundido no se sabe dónde, un poco de vida accidentada y no esta blanca hostia que nos sobrepasa a todos, una infinitud de misterio y amor que nos deslumbraría si lo viéramos cara a cara; si cada golpe más duro no fuera una nueva elevación, que es una cuestión de amor cuando nuestro corazón de millones de hombres que nos piden como un pobre a la vera del camino: «Decidnos vosotros que tenéis amor y las manos llenas de luz, vosotros queréis dar también esto para nosotros».
Si no hacemos más que sufrir – experimentar, aguantar, soportar – no resistiremos y fallaremos a lo que se nos ha pedido. De la mañana a la tarde, no pensemos en este mal como algo que se nos quita, sino como algo que damos, para no desmerecer de este pequeño Cristo que está en medio de nosotros, para no dejarle solo en el trabajo con Cristo…
No quiero que perdamos estos días porque olvidaremos tomarlos por lo que son: días llenos de una gracia desconocida…»
(E. Mounier a Paulette, carta de 20 de marzo de 1940)
Es tiempo de gracia también para nosotros, de una gracia desconocida, pero no ajena al sufrimiento de nadie. Son días donde podemos experimentar muchas emociones y hasta soledad, pero no estamos sólos.
Y después de éstos días, también de muerte, llegará la Resurrección.

Un comentario en “«Días llenos de una gracia desconocida»”