Ojos de barro,
tierra necesitada de tu agua,
mirada poblada de fantasmas,
cueva de lo efímero
donde solo las tinieblas cantaban
porque en la noche
no se puede hacer nada.
Ciego beato,
que sintió el agua del profeta,
lago cristalino
para el sol que nace de lo alto,
te mostró el camino,
tú, habitante de la sombra de muerte,
pueden cerrarse tus ojos tranquilos
porque la luz se besó con tus tinieblas.
¡Que tú no eras ciego!
Dormías;
no digan que estabas muerto
ni de dónde el pecado provenía,
tu sueño esperaba al pregonero:
‘Vete y lávate a Siloé.’
Y como creatura renacida,
después de tanta noche y dura porfía,
tu corazón contempló el cielo nuevo.
[Ain karem, 2020]