Qué dura la noche sin Cristo,
qué vida convertida en ceniza,
tan fría y tan muda.
La noche no es ausencia,
no es el fondo del abismo,
pero sin ti
se vuelve en un cántaro roto
traspasado por los besos del tiempo.
La noche fue la dulce tienda del encuentro,
hogar del Abbá;
qué lenguaje tan delicioso se tejió.
El olivo fue testigo del fruto
antes que todo fuese.
La noche recibió tu cuerpo durmiente.
Tus ojos sellados de cansancio.
Tu sangre se mezcló con la neblina
y sus bailes.
Y el mundo se durmió sin Dios;
la noche fue espesa como grasa
en el corazón del traidor:
el mar se agitaba con locura
y tú, guerrero caído,
dormías la serena noche.
¿Quién vio a Dios vestido de noche?
¿Cuándo se le había visto
en los prados de las tinieblas
como un desposeído,
exiliado de los brazos de la madre?
Hasta que todo estuvo
como un escalón a sus pies.
Hasta que el velo del templo,
costado de tus dolores,
dejó correr el suave perfume de la ofrenda.
¡Qué noche tan luminosa!
[Israel, 2020]