Si somos rápidos, la vida huye

Bodegón con cacharros de Francisco de Zurbarán. 1650. Museo del Prado. Madrid.

Cuando uno contempla el cuadro “Bodegón con cacharros” del pintor barroco español Francisco de Zurbarán, lo más normal es pasar por alto o incluso despreciar la obra: “¡Qué soso es! ¡Bah, total son sólo unos cacharros!”.

¿Pero qué ocurre si le dedicamos unos segundos? Examinemos atentamente la obra…

Lo más probable es que de la indiferencia pasemos al: “¡Aquí hay algo!” o incluso a la conmoción.

El lienzo es austero, aparentemente pobre, especialmente si la comparamos con los exuberantes bodegones holandeses del siglo XVII.  Sin embargo, no estamos ante un cuadro iconoclasta. Estamos ante un bodegón en el que se respira, se huele, se puede tocar el silencio… Un silencio que no es hueco, un silencio que no está invadido por la bruma de la sospecha y de la nada, por el vacío absoluto… En esta obra la quietud nos interpela, el sosiego es una llamada para abrirse al Misterio… Sí, Zurbarán es un místico.

Unas décadas antes de que el extremeño pintara este lienzo sobrio y monacal, una mujer de Ávila, llamada Teresa,  había dicho aquello de que Dios anda entre los pucheros y las ollas.

¿Es posible que en pleno siglo XXI la realidad pueda interpelarnos de esta forma? ¿Será esta mirada de Zurbarán algo accesible para unos pocos elegidos y no para mí? ¿Puedo verme conmovido por los objetos que me rodean, especialmente durante este periodo de confinamiento?

Ante la aceleración de un mundo obsesionado por el rendimiento y la producción, el yo decae y se agota. Se pierde entonces el interés por lo real, por la realidad, que se convierte en enemiga o como mínimo algo de lo que desconfiar. Dice el escritor francés Christian Bobin: “Si somos demasiado rápidos la vida huye se echa para atrás”. 

Quizá hoy más que nunca sea necesaria una educación de la mirada, para asombrarnos ante el “secreto divino”, que como decía Dostoyevski, hay en todas las cosas. Los animales, las plantas, los cacharros y sobre todo el rostro del otro, son signos de la presencia del Misterio. ¡Cuánta belleza! 

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