Semejante sentencia puede resultarnos chocante o dejarnos atónitos como me ha pasado a mí cuando la he leído en un artículo. Sólo bajo el supuesto de que por relativismo se esté entendiendo “todo vale” la afirmación puede resultar más comprensible. Ahora bien, si “todo vale”, no hay moral mínima compartida y esa hipotética posibilidad no es factible. Por lo tanto, me temo que el relativismo está lejos de asumir o reconocer como propia esta última consigna consigna. Es diferente entender que la validez de un sistema de creencias es relativa al contexto que la ha generado, que sostener que “todo vale”. El relativismo trae consigo una serie de implicaciones. No hay morales “mejores” o “peores” ni “más evolucionadas” o “menos”, sino conjuntos de creencias diferentes asumidos como válidos dentro de una determinada comunidad cultural. Así, si la tolerancia exige el reconocimiento de la diferencia como un derecho, sólo podemos otorgar ese reconocimiento si asumimos que la verdad no está en posesión exclusiva de nadie y, en consecuencia, lo diferente lo es en relación a nuestros parámetros y también, en relación a otras perspectivas, lo diferente somos nosotros. Establecido esto, podemos decir que tan respetable es un sistema de creencias como otros y con ello asumir una actitud relativista que nos capacite para el diálogo desde la actitud humilde de que nadie posee la verdad. Por eso, entiendo que tolerancia implica relativismo, a sabiendas de la cuestión que se plantea a continuación: ¿todo es tolerable si está justificado desde un determinado sistema de creencias? Aquí cada vez tengo más dudas. Y no porque no me parezcan espeluznantes determinadas prácticas que se llevan a cabo en determinadas culturas, sino tal vez porque me creo lo que digo y me pregunto quién soy yo para juzgar tradiciones y costumbres a veces muy desconocidas, más cuando ignoro la vivencia de la mayoría de los que sustentan esas prácticas.
La tolerancia es uno de esos valores en auge, que dudo que alguien en occidente se crea realmente, del que nos llenamos la boca para vomitar teorías, pero del que pocos de los que teorizan han experimentado con la exigencia que impone la vida. Es uno de esos valores políticamente correctos para que los practiquen las clases más desfavorecidas que son las que más conviven con grandes diferencias culturales a causa de los flujos migratorios. Desde los despachos se puede hablar del deber ser, de lo ético, pero es en las calles y en la vida real donde se es, allí las dinámicas discurren por lógicas distintas pero más ajustadas a lo que de hecho hay.
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Publicada hoy en la REVISTA HUMANUM
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