Viendo desde mi ventana como llueve sobre las tumbas del pequeño cementerio que tengo delante de casa, suspiro una oración por todos aquellos que han fallecido y que están falleciendo, y también por aquellos que están «dando la vida» en el servicio, en el cuidado.
En estas semanas ha ocurrido que las famílias se han ensanchado y los apellidos parece que, de alguna forma, han «desaparecido». Hay padres dando la vida por hijos que no son suyos, hay nietos cuidando a los abuelos de otros.
Hemos oído y visto también a profesionales que trabajan acompañando a personas en hospitales, en ayuda a domicílio, en la limpieza….que han contagiado a sus familiares con quiénes convivían y éstos han fallecido. Esto y muchas otras situaciones están pasando desde hace semanas, meses, en nuestro Mundo, y en algunos sitios con los agravantes que ya tienen de por sí, como situaciones de miseria, violencia, guerras…
Pensando en estos tiempos tan excepcionales y dramáticos que nos está tocando vivir, a algunas personas más que a otras, en algunos sitios más que en otros, sólo puedo afirmarme en algo que en mi corazón ya intuía desde hace mucho y es que, tratándose de todo lo humano, «lejos es un sitio que no existe».
Han habido algunos acontecimientos totalmente arrebatadores, como las notícias de personas que han «dado» su vida, literalmente, negándose a ser tratadas ante la escasez de medios, para que otro sí lo fuera, y quién sabe pudiera salvar la vida. Estimando a ese «otro» desconocido, pero no ajeno ni lejano, como semejante, como un «hermano». ¿Qué es esto, sino amor fraterno, que permite considerar al otro como a uno mismo, que permite reconocerse en ese «otro» a tal punto de sacrificar la vida propia por y pára? Para mí, esto es misterio y a la vez certeza, de que cada vida es una historia sagrada y que cada persona puede encontrar un sentido a su existencia, en el cumplimiento de valores, en la práctica de un Amor que no viene de nosotros, que es algo sobrenatural, que no acaba nunca y que permite, en su máxima expresión, sacrificar la propia existencia aquí y ahora, en una «muerte de cruz». La vida así, se resuelve en el cumplimiento, en ser respuesta. La vida es testimonial, intransferible, única y siempre nueva.
Con la esperanza, y así lo creo, de que «nacemos para no morir nunca», de que la muerte no es el final, de que nacemos para la Vida Eterna.
